Saint-Saens: Bacanal
Él le rumiaba los gólgotas y ella sangraba su pino. Una y otra vez y una y otra vez. Hasta que un día dejó de ser así y entonces dijo él:
- En este mundo en el que nadie parece entenderse creo que habíamos llegado a un entendimiento eficaz y liberador: tú transitabas por tu vida, yo por la mía; y de vez en cuando las uníamos. Habíamos asumido, sin proponérnoslo, un pequeño compromiso que nos permitía libertad y recíproca serenidad. Ahora parece que te has desentendido. Si es así, dímelo para que las normas que no existían no parezca que sí nos esclavizaban a esa agradable costumbre.
Ella, golgotosa y hermosa, dijo que no, que si los malentendidos, que las carreras de la vida… pero que todo continuaba igual.
Sin embargo, esas pequeñas cosas rutinarias, y el amor propio herido, aun sin causa, siempre encuentran motivos para aplazar la reunión en la que hallar los pequeños edenes: y el primer paso se iba retrasando. Hasta que no llegó la nueva cita.