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jueves, 17 de diciembre de 2015

El abrazo de fresa


Schumann: Trío nº 1


¡Yo, que apenas si duermo, me dormí!
     Por primera vez, venciendo la timidez que me paralizaba, me había atrevido a citarme con alguien por quien sentía algo más que una atracción. Estaba yo exultante porque ese atardecer iba a encontrarme con ella. 
     Como digo, yo, que dormía mal y nunca durante el día, me tumbé sobre la cama, en casa de un familiar, donde pasaba unos días aquel verano. Desde el balcón se veía el azulado mar que se arrullaba junto al puerto de Torrevieja.
     Recuerdo que abrí el libro y me puse a escuchar un trío de Schumann. Hacia la mitad, el violín y el piano se persiguen afanosa y mutuamente: y yo empecé a soñar que también la perseguía -a la dorada hermosa- y que ella me besaba. Qué juventud, aquella en la que besar era un descubrimiento. 
     Me abalancé sobre su joven pecho con ansias de morderlo... y caí en el abismo breve de la cama hasta el suelo. Me había dormido y era ya tarde para llegar a tiempo. Yo, que nunca dormía y por eso mis sueños me daban pesadillas, me desperté con Schumann y sin Clara.
     Jamás me perdonó que no acudiese. 
     Una eternidad después la encontré en medio de la noche. Y, por fin, pude libar el sazonado beso.