Reconstrucción de un diario
¡Maldito aquel que miente cuando escribe!
(Diego Torres)
Manuscrito I
(La
gesta del amor)
Fragmentos son de un lienzo
pintado por la pluma y
no el pincel.
(Miguel
Heredia)
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1.- (Ascensión al origen)
Monasterio o
castillo entre las arboledas
perdidas en los
montes donde anida el reptil
y el lobo se
guarece del fantasma del frío
bajo la sangre
hermosa de los amaneceres.
El jabalí y las
aves de rapiña,
las lápidas
enhiestas sobre el páramo oscuro
y el hombre
solitario son las bestias que habitan
alrededor del
muro y de la cúpula.
La enlutada
avenida conduce a los hastiales
de mármoles
difusos que maltratan los siglos.
Paramentos de
piedra en bellas geometrías
hablan de
talladuras y grandezas
todavía colgantes
como lágrimas
que el trepidar
del viento arrastra lentamente.
El postigo
chirría como un grajo
y las salas se
extienden entre vainas de araña,
laúdes y
estruendosa juglaría,
rumor de
antorchas y batir de espadas,
corazas
tumefactas por el furor del tiempo,
la muerte
acrisolada.
Aún quedan
pergaminos en el aire
bajo la hiriente
pátina del hedor y la sombra,
la mazmorra y el
grito de la gleba.
Baladas y elegías
que el viento desordena
al vagar por los
túneles de hierro
desde el sitial
alzado donde el libro
inició su
aventura centenaria.
La voz escrita
con silencio y ruido,
sangrienta tinta
y desolado anhelo,
clama desde la
roca levantada en el llano.
Y aunque parece
senectud su herencia,
allí la vida
sigue su curso interminable.
2
2.- (El fulgor)
El manantial que
ofrenda la pureza del agua
tiene esencia de
madre, perfil de hierbabuena
y azules
transparencias en el fanal del monte.
Con manos de cristal
esmerila su cauce
hasta el regazo
abierto del árbol y del ave
y hacia los
densos ríos que beben su armonía.
Una piedra
bruñida se desboca en cascada
lenta y
secularmente bordeando la vida
con un rumor de
aromas y sexos sosegados.
El sol bulle en
las ondas de ordenada frescura
y despierta una
música de color sinuoso
como un arpa de
plata que manó de la tierra.
Un cervatillo
blande su hocico en la mañana
buscando en el
arroyo su imagen sorprendida,
y una hoja navega
sobre el caudal rampante.
El otoño se
cierne como un vendaval leve
que acaricia la
senda igual que un horizonte
emergido del
tiempo para saciar el ansia.
Se desvanece el
salmo que el viento gris entona
y la luz
suspendida de un atril levitante
derrama su
hermosura sobre el mundo.
Pequeñas nubes
sueñan con volar hasta el agua
quebradiza y
serena como el alma aterida
del manantial
celeste.
Y
el hombre lo contempla.
3
3.- (Divisa el firmamento)
De los cinco
horizontes que ensanchan la existencia
sólo el que
escala y hiende el firmamento
veda al hombre su
senda y lo inunda de anhelos.
Esa clarividencia
insatisfecha
arroja en las
entrañas su translúcido sueño
y sume la
esperanza en soledad.
Un cometa ritual
fosforece en la noche
alumbrando los
ojos del hallazgo
como un periplo
insomne y repetido.
Se desconsuela el
monje, se fatiga el viajero,
enmudece el
juglar; y siempre el laberinto
se niega a
descifrarles su secreto.
4
4.- (Égloga)
El árbol tiene el
talle de la mujer hermosa
que desnuda su
cuerpo para entrar en el lago.
Ciñe el agua su
carne como un amante triste
que renueva su
risa al tocar la belleza.
Arrecifes
pequeños como cisnes anfibios
emergen sus
cabezas cuando el viento desciende
del monte y rige
en ondas la superficie añil
donde en troncos
y ramas navegan tibios pájaros.
La doncella
esclarece la mañana al surgir
cubierta del
rocío con que el lago la abraza,
y se tiende a la
luz de un sol que bebe en ella
la misma imagen
clara que espía el paje oculto.
La sombra de los
cedros apunta hasta la roca
por la que fluye
el agua que escapa al horizonte
llevando la
hermosura de la mujer dorada
como un tesoro
eterno que nadie ha de robarle.
No piensa en sus
meandros el río: se interesa
por su curso.
Pues no es el mar la muerte,
sino el lugar en
donde se funde al infinito.
5
5.- (Crepitación)
Tras las flores
esconde sus senos, y su rostro
lo enmascara el
cabello. El alba de una pierna
deja que se
adivine su hermosura
detrás de las
estatuas que impiden cautelosas
mostrar la
plenitud de la cadera
y el fruto
iridiscente.
En los ojos
traviesos brilla un punto lascivo
que estremece su
cuerpo hasta el pie alado
del que aún
penden las gotas de la lluvia.
Inocencia y
malicia se hilvanan en el juego
mientras, como un
rocío, el pezón más osado
sacude en la
inquietud del devaneo
la música del
agua del manantial hermoso
y llama a aquel
que mira
ansiando darle
sed y saciedad.
6
6.- (La erguida potestad)
La escalera y su
frágil simetría
conducen a la
altura necesaria.
Allí espera la
luz y el sigilo se anuncia
con ascuas que la
noche le roba a las estrellas.
El resplandor del
verbo y el talismán del alma
acrisolan el
fuego de los siglos.
En la sombra
yacente se iluminan
plétoras y
estallidos que desgranan el gozo.
Asedios a la luz
son las palabras.
7
7.- (La muerte poseída)
Con estridentes
cálamos se aproxima la lluvia
al turbión de la
tarde y la anega de aristas
que cercenan el
bosque y su paisaje.
La tormenta se
ciñe a la bóveda y cae
sobre los
capiteles y arquitrabes
con un olor de
cielo derretido.
Dentro de la
muralla la oscuridad se asoma
a la serena
estancia donde los anaqueles
ordenan los
legajos suntuosos
y ennoblecidos
por el tiempo.
Caligrafía
extinta del solar del presente,
inmolación del
alma que se mira a sí misma
y condensa en la
pluma la existencia.
Una mano atesora
con lentitud las hojas
y los ojos
rutilan la escritura
sorbiéndole la
luz de su saber.
No hay ruinas:
son semillas
los ecos del
pasado;
y la fragancia de
quienes murieron
permanece en el
aire igual que un cuerpo
que renace al
amor cuanto más ama.
8
I.- (Surtidor)
El libro tiene el rostro de quien lo lee, el
tacto
de la mano que alzó su pluma, el alma
de cuantos han sentido la música del cosmos
en la noche solar, la añil fragancia
de la primera flor del primer día.
Tiene el libro el color de la verdad,
el sabor de la aurora para quien nada sabe
o quiere saber más, el sonido del bosque
donde los sueños viven su frágil biografía.
Tiene la forma clara del pájaro, y sus alas
despiertan un rumor en el silencio
del atril donde el ojo centellea
y el zumo del olivo imita a las luciérnagas.
Mira su leve peso, su densidad inerme,
la grávida esperanza de su conocimiento.
Mira la breve página que guarda
el esplendor de la sabiduría.
Mira
cómo te transfigura en ese otro
que has querido ser siempre.
9
II.- (La búsqueda de
Ítaca)
El levísimo pájaro que se pliega en las
ramas
contiene el universo en su plumaje
y cuando lo contemplo resumo en él la vida.
El perfume del tiempo y el color del otoño
se unieron en el alba
para darle a la luz forma de vuelo
y al horizonte escorzo vertical y alzado.
En el nidal de la Naturaleza
se aglutinaron árboles y ríos, la montaña
y el constelado mar,
el sol encarcelado en un destello,
la belleza y la calma, el himno errante.
Como el pájaro, el hombre es la sustancia
de la existencia. Olvida su hermosura
y la persigue ciego por la jaula del mundo.
10
8.- (Celada)
La rubia
cabellera sobre el mástil del cuerpo
tensado como un
arco, los senos agitados
con los pezones
fieros como fulgentes flechas
y los ojos vigías
de la propia pasión.
El clamor de la
carne fluyendo desde el óvalo
de la cadera
trémula hasta la pierna undosa
mientras el denso
pétalo de la flor se desgrana
en torbellinos
ebrios y espasmos ateridos.
El afán de la
boca sedienta de saciarse
con el ámbar y el
néctar del amor turbulento
y la blanda
implosión sobre los labios.
El torso
inmaculado manchado de blancura
que la succión
expande como un bálsamo tibio.
El choque de los
cuerpos, el grito del espíritu
y la noche
sumiendo en lasitud los rostros.
11
9.- (La soledad sitiada)
La sombra de una
estrella ilumina la noche
mientras la pluma
sorbe la tinta, el arrebato
de repetir
palabras herrumbrosas
que justifiquen
la existencia.
La jauría
persiste en su alarido. Una ardilla
con sus errantes
patas escribe sus memorias
sin orden sobre
el suelo. No consigue encontrar
la grieta sobre
el muro por donde se extravió.
La chimenea aroma
con su resina ardiente
el gris salón, y
el hábito plisado en el escaño
no impide ver la
rubia cabellera
como un río de
oro sobre el pecho.
Una mano acaricia
la piel y pulsa llantos
cerca de la
vihuela olvidada en la mesa
donde vinos y
frutas van manchando el papel
con su caligrafía
de embates sostenidos.
Cesa el gemido
dulce; y el dolorido verso
ya no puede
leerse, ni tampoco
la alegre biografía
de la ardilla.
12
10.- (La tinta derramada)
El gato montaraz
y el águila solemne
acompasan su
huida y su persecución
entre los riscos
húmedos del hielo desatado
en la ladera
donde el viento hostiga.
Enjambrada de
aristas, convertida en ariete,
una bola de nieve
desciende desde el cerro
y rompe el
ventanal irrumpiendo en la sala,
asombrando a la
dama y ajando el candelabro.
La oscuridad
permite que entre la luna llena,
redonda como el
beso que espera consumarse;
y se ilumina el
códice que las manos miniaban
antes de la
sorpresa y del desasimiento.
La suavidad del
labio desborda el pecho henchido,
y el camisón
rasgado, junto a la espada altiva
y sobre el
escabel, revela el ledo ensalmo
del amoroso lance
oculto en la biblioteca.
En el suelo una perla
brilla como si un ojo
hubiese
descubierto el secreto luciente,
y en la pared los
cuadros avisan que las sombras
son confidentes
mudos de caricias y besos.
Una campana tañe
su música liviana
y el frío de la
noche acerca más los cuerpos,
que miden con la
espalda los sillares y sueñan
con grabarse en
la piel la figura del otro.
13
III.- (Madrigal con estrellas)
En el espejo donde te miras cada día
guardas las joyas de tus ojos, prendes
el oro en tu cabello más dorado, engarzas
en tus mejillas azucenas, brindas
la boca más frutal de los campos del feudo.
Ese joyero dice
que el amor es belleza y a ella tiende.
Y el trovador te espera con su hechizo
sobre las frondas del dosel del bosque.
El tiempo es un espejo que repite un
presente
de un mundo irrepetible.
El amor transfigura la materia
como el dolor transforma su sustancia.
Apiádate de ti, muerde la vida.
Guarda tu corazón en el joyero,
no tu belleza ni su piel trizada
por la piel del amor y la pasión furiosa,
porque tendrás mañana solamente
espejos rotos, carne aleteante
que querrán destruirte la memoria.
14
11.- (La cámara secreta)
Por los claustros
desiertos y los pasillos fríos
el viento alza
las teas y propaga su olor
hasta exhumar los
cirios seculares
entre las
galerías y los sótanos.
El gozne y el
sillar mueven el pasadizo
y los altares
lóbregos muestran sus telarañas
como tediosas
manos que acarician el tiempo.
Las vidrieras
destilan el sol como una luna,
y cae la penumbra
sobre el óxido oculto.
Muchas noches de
ungüentos y mísera ambrosía,
extenuados y
enjutos, envueltos en un rapto,
en la capilla
duermen los sexos fatigados.
15
12.- (Semilla)
El azor
persiguiendo a la paloma
condujo a los
amantes bajo el sol
y el olor sexual
de las espigas.
En el trigal se
queda la forma de los cuerpos,
y alrededor los
pájaros revuelan
en el aire sedoso
de la tarde.
La gavillas del
viento se inclinan sobre el trazo
de la oquedad
tallada por los besos:
mas no pueden
borrar el lecho socavado.
Se alejan de la
tarde igual que va el otoño
prolongando su
sombra, y el trigo fecundado
vigila la silueta
como un fiel centinela.
Pues no es tumba
ese hueco donde el amor urdió
su efigie
clamorosa, sino la estatua exacta
del anhelo total
inextinguible.
16
IV (Retrato de doncella)
En la piedra está el germen de la carne
rosada
que aman los hombres sobrios de la estirpe
del fénix.
El escultor que talla la Muerte en la madera
sabe que el bronce envidia la elástica
armonía
del árbol y la arcilla donde las formas
plasman
su identidad secreta y su misterio exacto.
Tienes el talle de la rosa escrita
por buriles y trépanos en el aire escindido
de la tarde otoñal, cuando la nieve acecha
con su caricia fría y sus hojas de almendro.
Tu cuerpo de ciprés joven y claro
hace olvidar la muerte.
En ti brotan las ramas de la vida
igual que el mineral graba en la roca
saurios y rituales que dilatan el vértigo
hasta la inmensidad.
El pedernal que abruma con su fulgor la luz,
y enciende en su estallido el sol y lo
disuelve,
alumbra tu figura con pétalos y savias
que forjan tu sustancia constelada.
Si no fingiera el mar tanta belleza
ni el cielo presumiera de hermosura,
la materia tendría en ti su ejemplo
de perfección inútil y admirable.
Y daría fe de ello mi escritura,
y del amor que asola el corazón
ante la plenitud.
Mas la palabra no contiene el mundo,
sino la ejecución de su esqueleto.
Nada existe que pueda transmitirse
entre los hombres más que su dolor,
la inefabilidad de su congoja.
Envuelto en esa diáfana impotencia,
abrazo sombras cuando evoco instantes.
17
13.- (Después del olifante)
El cuarzo
desprendido de la roca
pone en fuga al
venado, y el lebrel
huye por la
meseta. Los caballos
derriban sus
jinetes. La novicia
del alto pecho y
la amorosa ofrenda
yace en el suelo
con la frente rota,
y cada instante
engendra su destino
en la espiral del
tiempo.
El
noble lanza
su furioso corcel
tras la presa insolente
y ni las
espesuras con su azote
ni el dolor lo
detienen. Las flechas equivocan
su curso. La
carrera fatiga bajo el sol
y sobre el
barrizal. Pero la Muerte
no debe errar su
golpe: lo exige la inmolada,
que ya no
sonreirá entre estatuas y rosas.
El fugitivo
invade un territorio
que lo acosa a sí
mismo y lo confiesa
culpable de
justicia vengadora.
Y en aquel
laberinto donde aún rigen las leyes
el caballero
clava su azagaya
cien veces en el
ciervo vulnerado.
Una lluvia
pausada cae sobre el pergamino
de la tierra, la
caza y la doncella,
rubricando que
todo está en su sitio
como lo exige la
Naturaleza.
En el juicio de
Dios nada hay que asombre
como su
perfección inescrutable.
Tras el ocaso,
antorchas funerarias
robarán su fulgor
a las estrellas
porque Sigfrido
encenderá la noche
para alumbrar su
sangre hasta el castillo.
Y la memoria
construirá sus dédalos.
18
V.- (El guante sobre el rostro)
¡Oh Muerte presurosa que has venido a
llevarte
cuanto yo más amaba de esta vida
con tu escritura terca que aún nadie
comprende!
Dejas mi corazón como un desierto
cuando habían nacido la alegría y la calma
en la ciénaga inmensa de su vivir cansado.
Si es que te sientes sola, sal de tus
calabozos
y escríbeme en el pecho la causa de tu
horror
que sólo se atenúa sembrando soledad.
Llégate y desenvaina tu espada miserable
y déjame morir o que te mate
y te libere de tu hostil designio.
19
14.- (A la sombra del túmulo)
La cripta acoge
el cuerpo y engarza su belleza
en las sentinas
de la oscuridad,
y zafiros y
cierzos, violetas y crespones
quedan sellados
bajo la elegía
del salmo
plañidero que la tierra sepulta.
Una daga de plata
y un dorado incunable
custodian a la
hermosa
en su viaje al
silencio, la armonía y el tajo
que la memoria
talla sobre el noble.
No será más
sublime la muerte abandonada
ni mayor soledad
habitará el castillo
donde la juventud
alegró la experiencia
y la sabiduría
aprendió a sonreír.
No crecerá el
amor debajo de la tierra,
ni los senos
miniados en noches maculadas
cuando el fragor
del alma atormentada era
un manuscrito
ansiando ser leído hasta el alba.
Esta noche tan
sólo se escucharán las notas
del corno
entristecido ululando en los túneles.
Y nadie osará
hablar por temor a la espada
sedienta de
cabezas y cuerpos mutilados.
El caballero
herido velará junto al ciervo,
la péñola y el
códice, sumergido en la oscura
mirada a los
recuerdos que, como miniaturas,
saltan tristes y
alegres por estancias y lechos.
Y el azor
peregrino ha de esperar en vano
al señor de la
guerra vencido por un beso.
20
VI.- (Madrigal con espinas)
He buscado en el mundo y en los libros
el sentimiento pleno, la religión más alta,
y los hallé en el fondo de tus ojos
y en el abismo breve de tu carne.
El brillo de la espada surgiendo de la
herida
no iluminó el amor con luz tan clara
como el destello que alumbró mi cuerpo
al golpearlo el pedernal del tuyo.
Nunca el gozo elevó mi espíritu a los cielos
como el beso de nuestras almas.
Ahora
la muerte desatada que encadenó tu vida
me apresa en el dolor, y lo que fue apogeo
Ahora
la muerte desatada que encadenó tu vida
me apresa en el dolor, y lo que fue apogeo
y plenitud es ruina en la memoria,
pues también el recuerdo es otra muerte
y sólo abrazo sombras si te abrazo.
21
15.- (Postigos en la
arena)
Bajo el yelmo
humillado, la coraza blandida,
el caballero
aguarda la espada vencedora
en su garganta
firme que pronto será vaina
del acero mortal.
Los ojos
enmohecidos por la sangre
y la niebla de la
desolación
apenas si divisan
el destello
de la muerte que
llega aferrada a la espuela
de quien pretende
devastar su honor.
No se abrirán sus
labios para pedir clemencia,
sino para exigir
castigo cruento,
pues no debe
sufrir la Amada que el amante
no sepa defender
su alta belleza.
Y, así, la Muerte
se aproxima y hunde
su daga de dolor
en el cuitado
dejándolo con
vida y malherido:
que aquel que se
tortura por saberse
digno de muerte,
muere muchas veces.
Y yergue la
cabeza el caballero y mira
el sangrante
horizonte sintiendo que jamás
encontrará su
corazón en él
porque yace
enterrado por la soberbia inútil
de creerse
valiente al ofrecer su vida
y preferir la
muerte a la verdad.
22
VII.- (Ordalías)
Ciénagas y marismas, esqueletos del tiempo
y jaurías de llantos persiguiendo en el aire
los centenarios árboles recuerdan
con su desdicha la creación primera.
Cabalgar entre fresnos o inmolarse al futuro
es regresar a la tiniebla súbita.
Las aguas estancadas y el diluvio purísimo
no escancian la belleza o la fealdad,
sino que manifiestan un destino
que congrega los sueños para sangrar sus
ansias.
Ejércitos inermes en la noche
trizan el cielo, y sus escaramuzas
biselan muertes y resurrecciones.
Profetizo el pasado, abro en la bruma
el brocal de la luz para que aflore
la diáfana tiniebla en las entrañas.
No cambio el paraíso por la desolación
de ser único dueño de mi vida y mi muerte.
Si un dios me impuso la conciencia, yo,
hombre doliente, rectifico a Dios.
Tanto amar la armonía y sólo soy
hijo de la orfandad de la existencia.
Mira la antorcha errante cómo alumbra,
mientras el verbo expande su silencio,
el alma del dolor definitivo.
23
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Manuscrito II
(Indefensiones)
Yo soy el otro que me
está esperando
y aquel que puso su
semilla en mí.
(José Cantero)
24
16.- (Azules en el alba)
Si observas la
materia verás que la sustancia
es única y la
misma. Lo esencial
perdura sobre el
tiempo. Esta ciudad
fue otra ciudad
ayer con otro nombre.
Cuando piensas
dispones las premisas
en un orden o en
otro. Sólo los sentimientos
permanecen
intactos. Si tus ojos
me contemplan la
luz se hace en mi mente
y me ilumino.
Puedo combatirte
o dejarme abrazar
por tu mirada.
Pero existes y
existo. En el ayer
o el mañana. Y
solamente hoy
puedo elegir qué
fue y lo que será. El resto
es silencio en la
Historia.
25
17.- (Retazos)
La lentitud del
tiempo, su brevedad cansada
imponen en el
alma tanta bruma
que, al recordar,
las cosas reencarnan
la frágil
potestad de su belleza
y no la exactitud
de su materia.
Perfecciono el
pasado
cuando ordeno el
recuerdo.
La escritura
constata la existencia,
pero no su
verdad.
Sólo soy el
recuerdo del que fui.
26
18.- (Hombre)
Naufraga la razón
y el sortilegio
de la lógica
muere. La materia
no explica la
sustancia. El arrebato
que nos acecha y
que nos transfigura
no es de sangre
ni arcilla. El corazón
siente el fulgor,
acepta lo sublime
queriendo
retenerlo; y sólo roza
esquirlas de
belleza y plenitud.
Hay una grieta
atávica por donde
la inmensidad
azul emerge clara
y el cuarzo se
convierte en un diamante
tallado en el
cerebro. Esa alta cima
de los sentidos
teje su albedrío
y fracasan ante
él la inteligencia
y los asedios de
la voluntad.
27
19.- (Soneto sobre el ansia)
El instante en
que vivo es de ayer y mañana
tanto como de
hoy. Por mí no pasa el tiempo
o soy el tiempo.
El pájaro posado en la espesura
vuela y descansa
milenariamente
en un inmóvil
vuelo que lo lleva
de árbol en árbol
hasta el mismo árbol
que estoy mirando
y no he visto jamás.
Con mi pluma han
escrito Homero y Dante.
No brota el
fuego: existe a pesar de sus cenizas;
y el río es
manantial y mar remoto.
Yo soy aquel que
ansía regresar
para quedarse
enhiesto y solitario
entre la multitud
de los que soy.
Jamás podré morir
pues no he nacido.
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Manuscrito III
(Segunda gesta)
Recordar es vivir otra
existencia.
Escribir, dar fe del
otro.
(Ángela Sevilla)
28
20.- (El godo milenario)
La osamenta
derrite su color y su muerte
bajo el sol de la
estepa, y otra vida
nace de aquella
tumba que oscurece la tierra
con posos de
palomas y alimañas.
El dolor guarda
luto en el lugar más noble
del corazón que
amó: las mismas flores
que tributa a su
amor perfuman su tristeza
y engastan la
alegría en su savia roja.
La rubia
cabellera que encadenó las manos,
la voluntad y el
tiempo, cede su magia azul
a las guedejas
negras y la mirada verde
de quien hace
soñar a quien temía
volver a amar.
El esplendor
renace con sus cirios y músicas,
y los pájaros
cantan, las estrellas sonríen,
los libros iluminan:
y
no es que se ame más
la existencia,
sino que vuelve a amarse
igual que si la
muerte no existiera.
29
21.- (Junto a la barbacana)
Desde la torre
enhiesta como una garza herida
por ruinas de
batallas y estrépitos del tiempo
se divisa el azul
del horizonte
ahora que el
corazón está sombrío.
No recuerda otra
aurora más luciente y desnuda
de la clara
alegría que endulzaba su vida,
y como una
derrota mira cuanto le espera
más allá de los
muros o entre los anaqueles.
El bárbaro
invasor que lo aprestó a la guerra
ni le importa ni
agrede. Los juegos amorosos,
las máscaras y el
baile en los que descansaba
su esforzado
acordar de color y vitela
van quedando tras
sí como armas enmohecidas.
Sólo se siente
vivo cuando mira unos ojos
que lo miran y
escrutan desde la letra hermosa
y los dibujos
cálidos que fulgen en la página
con su vigor antiguo
o su reciente trazo.
Junto a la mesa
umbrosa y la almenara firme,
el arcoiris
trémulo disuelto en los tinteros,
la péndola
esgrimida con levedad, el tacto
de la noche y el
ruido del calor luminoso,
quiere pasar los
años que su vida le otorgue.
El amor sabe a
rosas y a vino almibarado
y deja entre las
sábanas el olor de los códices
recién miniados y
ázimos de manos malingradas.
Abrazado al
crepúsculo herrumbroso,
ese desasosiego
de la lumbre
y el fragor de la
estancia silenciosa
recuerdan el
clamor del alma erguida
a la divinidad
más absoluta.
Una música
atávica reina en aquel recinto
y el cosmos
obedece a su cadencia.
Desde aquí puede
huirse a las estrellas.
Un poema de
Horacio, un madrigal remoto,
un laúd estevado,
tal vez un ciervo hendido
y la mirada verde
de la mujer morena
serán su nueva
tierra.
30
22.- (La bruma disipada)
En vano el
horizonte se oscurece
y asoma la
tormenta por los picos del valle.
El corazón ha
puesto la luz en su interior
y no hay sombra
que logre oscurecerlo.
Podrá llover cien
noches dentro del alma, alzarse
el cuervo en las
entrañas, caer inútilmente
la piedra de la
cima, desvanecerse el agua,
tener como
enemigos a los dioses.
Cada mañana es
nueva y se ilumina
cuando el ocaso
quiere ensombrecerla,
porque todo
crepúsculo es un fuego
con que se
enciende el alba.
No hay descanso
en el gozo cotidiano.
El rumor de los
trigos hermosea
los campos del
dolor,
la espada se
depone por la pluma,
la tinta es más
fecunda que la sangre,
y anaquelar el
mundo es más hermoso
que conquistar
los predios de la muerte.
31
VIII.- (Reconstrucción)
Alguien prendió una rosa en el legajo
para que la palabra oliese a melodía
y el jardín fecundase la escritura.
Ya marchita, florece entre mis dedos
su ceniza; y la mano de aquel monje
vuelve a escribir en mí su pensamiento.
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IX.- (La oda en la elegía)
Si no fulgiera el sol se diría que el mundo
es un canto rodado que tropieza en la noche.
Unos ojos que miran, una boca que besa.
La luz que nunca expira nace en el corazón
e ilumina la vida, esa metamorfosis
que la pluma le impone a la conciencia.
El pasado instituye su leyenda
y conjura el
presente; la memoria
transfigura las cosas, y el que fuimos
es un cadáver que olvidó su muerte
y asume la existencia del que somos.
En el presente todo se transforma
y lo que fue nunca ocurrió.
Si miente la memoria, estamos muertos.
Si vivimos, el tiempo se detuvo
lejos de la verdad del que seremos.
Ebrio entre los recuerdos y la desolación
de sabernos testigos del que quisimos ser,
la identidad construye su epopeya
bajo la iridiscencia de la noche.
Mi piel toca el presente, pero mi corazón
se sienta en un palacio y allí vive.
Y no es huir, sino elegir arder
en el fuego que siempre nos consume.
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23.- (Las ruinas)
La piedra
derruida aún recuerda su magia
y su esplendor.
Los cipreses de hoy fueron
chorros de luz
trepando por el aire,
sosteniendo
palomas encendidas
en el alto sitial
donde los cielos sueñan.
Músicas y
armaduras compasaban su estruendo
cuando césares,
nobles y doseles
cruzaban los
umbrales, y la trompetería
tremolaba
banderas. El fulgor de las lanzas
hendía el corazón
de las doncellas.
Llueve
Llueve
nostalgia en esas
torres. Suena
la algarabía de
los triunfos.
Los fuegos y el
amor, hasta el amanecer
durante siglos en
aquel castillo,
dejaron paso al
viento y sus aristas.
Las murallas
cayeron
mordidas por el
tiempo. Las espadas
desenvainan
herrumbre.
Perdura en el
recuerdo la belleza
de lo que ya
murió.
Mas
la memoria
inventa su
experiencia.
Y todo es muerte.
34
24.- (Paisaje)
La luminosa
encina, la encina solitaria
que ha visto el
monte gris y el páramo sombrío,
cuenta sus años
bajo el cielo azul.
El lobo y la
corneja custodian su silencio
entre horizontes
blancos y retamas
que acompañan su
enhiesta soledad.
De la lluvia
conoce sus albas profecías
y el viaje
fugitivo de las nubes
como tristes
vencejos devastados.
Los señores del
árbol y la piedra
y los hombres de
hierro, fuego y muerte
vieron endurecer
su corazón
y acendrar su
ascetismo.
Sueña con
manantiales y gaviotas,
árboles
sazonados, frutas dulces
y surcos como
abrazos de la tierra.
Centenaria y
doliente, ensimismada
en la meditación
de su destino,
espera rosas
frescas cada día
cuando amanece:
y solamente encuentra
los pétalos del
tiempo en el ocaso.
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25.- (Epitafio con lirios)
Inclinado ante el
libro resucita el pasado
sintiendo los
delirios de quienes lo escribieron.
Las ramas del
alerce rozan los ventanales
prolongando su
aroma en la estancia serena.
El crepitar del
fuego devasta la memoria
cuando la mano
inicia su recuento en la página.
Las brasas aún le
ofrendan su arcaduz de belleza
y entre los
cortinajes de tules ruginosos
perviven los
fantasmas anhelantes.
La palabra
trasiega su incensario en la noche.
La péñola en la
mano sueña escribir su gesta
para esculpir su
nombre sobre el tiempo.
Mas la Muerte le
dicta con sigilosos versos
que también la
palabra es un cadáver.
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26.- (Locus amœnus)
Sobre el lecho
transido espera la otra muerte
rodeado de Byrd,
Durero y Garcilaso.
El respirar ya
ocioso no le impide vagar
de la música al
lienzo y a la página.
En el pretil de
sombras que cercan su agonía
está el Joven azul, Muchachas en el puente,
un verso de
Petrarca, una nota de Scriabin
y la Madonna
Elisa que todo lo comprende
porque venció el
dolor con su sonrisa.
Tanta belleza
extingue tanta melancolía
y disipa la
angustia del mundo que se acerca.
Si detener
pudiera la vida en ese instante
elegiría ser el
acorde infinito,
un cuadro
inacabable, un verso inextinguible.
Todo a su alrededor
se ennoblece en la noche
y una bruma feliz
envuelve sus tinieblas
mientras el otro
sol amanece y le otorga
una diafanidad
interminable.