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lunes, 29 de abril de 2013

Álvaro Valverde: Unos poemas de Antonio Gracia


9.3.12


Unos poemas de Antonio Gracia

Una cosa es lo sustantivo y otra lo anecdótico. Empezaré por lo primero. La editorial madrileña Huerga y Fierro publicó el pasado año en la bonita colección Signos, que fundó y dirigió Ángel Luis Vigaray, la antología El mausoleo y los pájaros, del poeta alicantino Antonio Gracia (Bigastro, 1946). La edición corrió a cargo del crítico y profesor Ángel L. Prieto de Paula. Aun estando de acuerdo en que los prólogos, introducciones o prefacios la mayor parte de las veces pueden y hasta deben saltarse, en pocas ocasiones ha estado uno más convencido de su utilidad. El que abre esta antología es, sin duda, necesario. Poco, casi nada, conocía uno de la poesía de Gracia. Luego contaré qué y por qué. Eso ha cambiado. Después de haber leído los poemas que aquí se incluyen, claro, y, además, por lo que aporta sobre esa poesía el esclarecedor estudio de Prieto de Paula. Que el poeta carece de grupo, generación o como quiera llamársele es cosa sabida. No así las claves de una aventura poética al margen y por libre, rara avis, donde se vuelve a hacer patente la actualización cernudiana del griego: carácter es destino. Lo explica perfectamente el editor. Allí, Oniria -la belleza, el amor y la muerte- y las "pulsiones fundamentales" del universo graciano: "la pasión amorosa, la creación literaria y el duelo por la mortalidad". Tiene razón cuando afirma que hay un antes y un después en la obra de Gracia, un límite marcado por el libro Hacia la luz (1998). Y uno prefiere, qué duda cabe, lo que vino a partir de entonces. Más clasicidad mediterránea, luz e himno y menos desesperación, elegía y retorcimiento. En suma: más y mejor poesía. Todo se lee (¿se comprende?) de otro modo tras recorrer el itinerario que traza el editor a propósito de los versos de este "sujeto del dolor", tan solipsista: "entre los versos nadie sino yo". ¿La consecuencia? Un buen puñado de poemas, que diría otro de sus antólogos, José Luis García Martín, que trascienden ese deliberado ensimismamiento, ese melancólico "yoísmo", y alcanzan al lector a través, sobre todo, de su pulsión romántica, en el mejor y más pleno sentido del término. Los versos de un poeta que merece, gustos aparte, ser considerado como tal.
En cuanto a lo segundo, la anécdota, poco puedo añadir. Con uno de sus libros, Devastaciones, sueños, Gracia se alzó con el premio "José de Espronceda" de Almendralejo. Uno estaba en el jurado que decidió otorgárselo por mayoría. Pocos meses después, en el acto donde se fallaba el Loewe de ese año, pude escuchar cómo un libro con el mismo título ganaba el prestigioso premio y, lo que me resultó aún más extraño, el autor también se llamaba Antonio Gracia. Era él. El mismo, quiero decir. Luego vino el lío monumental y la desposesión del premio y las confusas explicaciones y, por fin, en la bibliografía, la mención a esa obra como "no autorizada" en su primera edición de Libros del Oeste (2005).
Después de conocer mejor al poeta y a sus poemas (una cosa y la misma), no sé qué pensar sobre ese desagradable asunto al que, por cierto, Prieto de Paula no dedica ni una sola palabra. A buen seguro, por lo que dije al principio: que una cosa es lo sustantivo y otra, muy distinta, lo anecdótico. Por muy posmoderno que se quiera poner uno.