Necesitamos creer que la vida tiene un fin; pero, ¿y si la vida fuese solamente una pulsión de la energía del cosmos, que crea seres para descrearlos, y que somos materiales fungibles aunque nos soñemos inmortales, reencarnables, dignos de alguna metafísica misión?
¿Qué sería de tantas religiones y, sobre todo, Iglesias? ¡Cuánta oración sin destino y qué poca solidaridad fértil!
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