La noche desterrada
Era una tarde hermosa de un diciembre lluvioso.
Un halcón planeaba bajo las nubes grises
y me dejé llevar por la tristeza
de las antiguas noches, cuando esperaba un sol
que pusiera en mi vida la luz de la alegría.
El camino era oscuro; el horizonte, ignoto
como el paisaje amado que el alma anhela siempre.
Los árboles sombríos dibujaban
en el atril del aire figuras de guerreros
y batallas perdidas en una gesta noble.
Fluvial, la lluvia ardía
en la vegetación exuberante,
regalaba los ojos, incendiaba colores.
Y la Naturaleza se agrupaba
en el fruto de un árbol, o en el dolor callado.
Abrazado a tu cuerpo escucho ahora
secretos manantiales de esperanza
entre las piedras, sobre la espesura
de aquella muerte eterna que dejaba su instante
doloroso en el sueño de los pájaros.
Brotan vergeles, cantan ruiseñores.
Mi corazón está lleno de estrellas
y oigo en tu corazón el universo.
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