Schumann: Amor y vida de mujer
El ensimismamiento
Si repasamos nuestras vidas observaremos que nada hace tambalear tanto nuestra personalidad como cuando se cuestiona nuestro criterio, se nos dice que nos equivocamos o se nos tacha de vivir cercanos a la impostura, buscada o inconsciente. Tal estremecimiento de nuestra sensibilidad se produce porque el ser humano es un animal sintiente y pensante abocado a la construcción de un yo que lo ennoblezca, a un ser cuyo parecer sea igualmente notable y ejemplar. Y es el artista el que mejor encarna ese afán de íntima nobleza y perdurabilidad. Por lo tanto, todo arte que no emane del cordón umbilical del yo, y lo urdimbre, está destinado a desaparecer, puesto que no emergerá como propio en el corazón mental de los humanos.
Empieza el artista devorando cuanta vida y arte le rodea para digerirlos y convertirlos en materia artística propia. Busca el yo personal que abarca el más allá y el más acá de los límites de la razón; luego, el yo individual configura el yo colectivo, social, intemporal, que es el que se constituye en huella dactilar de la humanidad.
Mucho tardó el hombre en finalizar el proceso de egotización: de antropocentrismo. Tuvo que desbrozar los egoísmos, egolatrías, chovinismos, xenofobias, racismos,... contumaces y espurias consecuencias de una mala articulación del yo. Tanto tardó que hasta el Romanticismo no aparece como estructura síquica plena el concepto de originalidad: la autoafirmación e imposición del yo individual frente a la muchedumbre coetánea o póstuma, la búsqueda de una identidad artística que el tiempo no pueda destruir. Hasta entonces, Garcilaso podía imitar a Tasso o Petrarca; Góngora a Garcilaso, Quevedo a ambos... Fray Luispodía apropiarse de Horacio, y Ronsard del carpe diem de Ausonio... (véase LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA VI). Todos los temas, y aun su armazón textual, eran bienes mostrencos, y el mundo literario y artístico no abominaba de lo que hoy llamamos plagio.
Pero ya Don Juan Manuel manuscribió una copia de El conde Lucanor advirtiendo que si alguien encontraba algún error en su lectura, no se lo imputase a él hasta haber consultado tal manuscrito y comprobado si era errata del copista. (Al Arcipreste de Hita, por el contrario, no le importaba que su Libro de Buen Amor fuese alterado por los lectores). Don Juan Manuel tenía ya, por tanto, conciencia de originalidad, de cincelador de estilo propio inalterable, y exigía derechos de autor: el respeto a la formulación de un yoísmo y a su inalterabilidad.
Algo similar, quiero creer, le ocurrió a Cervantes cuando apareció el quijote apócrifo: más que le robaran un éxito y unas ventas, a Cervantes le dolería que prevaricaran a su personaje, que era tanto como robarle su alterego. ¿Y qué es la obsesiva colección de autorretratos de Durero, Rembrandt, Goya o Van Gogh sino la reescritura del pincel hasta el hallazgo del íntimo ser que habitaba en sus mentes? Similar conciencia de búsqueda de una excelsa mismidad expresiva muestra Valèry al afirmar que "lo que no he corregido muchas veces no me parece bastante mío", sino de la inspiración. Persecución de perfeccionismo que lleva a Dylan Thomas, por ejemplo, a reescribir sus poemas hasta 200 veces.
Y paralela conciencia (en este caso, de no haber alcanzado con su obra un espejo digno de la estatura de su yo) impulsaría a Virgilio y Kafka -eso quiero creer también- a pedir que sus escritos fueran destruidos (cosa que, en realidad, era un solemne acto de publicidad, pues conscientes eran de que no se cumplirían sus ruegos).
Si el Romanticismo, como digo, eleva el yo al pedestal de la gestación de la pluma (tanto que el freudismo surrealista se lanzará también a descubrir y conquistar el otro yo escondido, el iceberg del Inconsciente) es porque el gen nuclear de la obra artística procede de ese yo individual que emerge en cada nuevo ser nacido, y ese renacimiento o reencarnación -solidario, no egoísta- es lo que le da validez e intemporalidad.
En fin: ¿No es esa búsqueda verbal, pictórica, musical... la construcción de un yo en el que se integren las virtudes del vivir y se eviten los errores de la naturaleza emocional y cerebral? ¿No busca todo artista la creación de un mundo alternativo y mejor que aquel que vive y en el que sobrevive? ¿Y no es el Arte, pues, la panacea perseguida, el paraíso perdido, la rectificación de la obra de un Dios o Artífice Supremo?
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