Verklärte Nacht
Abro el libro en la noche
mientras la nieve siembra su blancura
sobre la oscuridad del yermo.
Dos leños dan calor
a la estancia afligida.
El manuscrito dicta su experiencia
de siglos en mis ojos
y comprendo a los hombres, funerales
soñadores del tiempo.
Golpea el alba las vidrieras. Paso
una hoja miniada
y fluyen, de repente, los inviernos
en ella, y el verano;
y otra página trae la primavera
y me deja en mitad de un largo otoño.
Metáforas y enigmas
me asedian con su errante
ubicuidad inmóvil.
Ha pasado el futuro.
El fuego ya es pavesa, el candelabro
mantiene su fulgor, mis ojos miran
el espejo que siempre me repite
en su cripta inmortal.
Mi mano se desliza por la piel
de las hojas, y asoman los milenios
como errantes corceles desbocados
por la caligrafía fervorosa.
Estoy en cada instante, en la espesura
de la historia, en la flor, en la montaña
y el mar; yo soy todos los hombres
sentados ante un libro
y armados con la pluma.
Lega el verbo
en mí su transparencia.
Prosigue el vendaval, cuaja en la estancia
el frío de los astros, el glaciar
de la noche.
Como si el alma fuera a eternizarse,
estalla el codicilo
y el espejo repite el universo.
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