Todos nos equivocamos alguna vez.
¿No es más noble admitir que, si en algo hemos fallado, ha sido sin pretenderlo y, aun así, pedir disculpas por el presunto error cometido? Si es malo no disculpar, peor es no pedir disculpas. ¿Porque cómo perdonar a quien no pide perdón porque prefiere el orgullo erróneo a la digna humildad?
La mayor parte de nuestros errores los causa la ansiedad: nos empuja a hacer deprisa y mal lo que precisa serenidad, "buenas maneras"; y la soberbia, el amor propio que nos impide rectificar.
Hemos creado un mundo en el que vivimos atropelladamente; la prisa por llegar no sabemos dónde antes que nadie, por decir sinsentidos interrumpiendo al otro... ; cada uno debe ser superior a toda costa, caiga quien caiga, alardeando de éxitos frívolos que son disfraces del íntimo fracaso.
Vive dios: ¿no recuerda este diagnóstico -ojalá equivocado- al Imperio Romano durante el siglo V? ¿Es nuestro progreso un retroceso de 1500 años?
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