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miércoles, 24 de noviembre de 2021

El sexo del amor (El amor es un pájaro enjaulado, 15).

Strawinski dirigiendo El pájaro de fuego (grabación histórica)

El sexo del amor.-  
1.- El principio genético que rige al hombre es el de la supervivencia. Nada hay más fuerte en su naturaleza. Significa que la tendencia natural del ser humano es la conservación de sí mismo contra todo y sobre todo. Y la forma mejor de mantener viva la vida es crearla: por eso la fecundidad adquirió categoría y forma de diosa en el origen de los pueblos. Cuanto mayor era el número de hijos más probabilidades de subsistencia había para alguno. Así que la sexualidad es el motor de la existencia, el primer eslabón de la cadena de la vida. Y pretender castrarla es masacrar la naturaleza, abortarle los genes al ser que llamamos humano.
          Cada uno puede hallar en su propia experiencia que su estado de ánimo es más relajado y pacífico después de la cópula. Pero si alguien no aprendiese nada de ese empirismo, entienda que el origen de la violencia humana está en el instante prehistórico en que el hombre, por exigencias convencionales -leyes sociales necesarias como reguladoras de la natalidad y establecimiento de la familia- redujo la práctica de su sexualidad, con lo que fue acumulando mayores represiones y toxinas coléricas, y sus orgasmos, por contra, fueron más energuménicos y orgiásticos. De donde se deduce que la castidad es la mayor perversión de la naturaleza, porque impide encontrar el equilibrio síquico por vía natural. 

           No obstante, nunca han faltado (siempre han sobrado) instituciones condenatorias de la sexualidad. Quizá porque cuando el hombre se convirtió en un ser tribal, social, fue necesario designar unos cuidadores oficiales de los recién nacidos. Quizá porque “distrae” de los menesteres espirituales. Y quizá porque el progreso científico evitó que muriesen casi tantos como nacían. De modo que hubo que limitar los nacimientos: y, por lo tanto, reglamentar el ejercicio del sexo, poner orden a la pasión, ordenarle a la naturaleza que no fuese espontánea, impedirle que fuese natural: se instituyó el “hogar”, se condenó el “adulterio”. (Claro: si la razón por la que se debía cuidar a los hijos es porque son propios, en cuanto hubiera dudas sobre la paternidad habría eximencia del cuidado). Acaso es necesaria tal reglamentación para la buena andadura social. Pero todas las leyes tienen sus detractores y fanáticos: y aquí se alzaron también los extremismos: algunos esquejes de la intolerancia no solo la limitaron, sino que condenaron incluso la propia sexualidad, negando su condición de primer motor inmóvil de la vida. 
     Por tal motivo se han perseguido las obras que predican o defienden la infidelidad o no exclusividad en el amor, como puede verse pulsando el poema Ars Amandi .

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