Verdi: Réquiem
10.- El cuerpo como palabra.-Giulietta Guicciardi, todavía doncella y, por tanto, guiada por un impulso instintivo, definió así el amor: El amor es un sentimiento impalpable que te empuja al deseo de palpar. Eso es amor: incitación y excitación, sentimiento y pasión. Cuerpo y espíritu, tacto y contacto. El amor no se contenta con distancias, suspiros, sutilezas desmaterializadas. Que esto de ser platónico y honesto / más parece que amor filosofía, dice, diestramente, Lope.
Vivimos en un mundo que ha desterrado la expresión de los sentimientos al rincón de las debilidades. La filosofía machista tiene como premisa que la fuerza es lo que importa, que la sensibilidad es un afeminamiento, que sentir está bien para las mujeres, los niños y los débiles. Por eso los rostros se muestran duros, famélicos de gestos, hambrientos de una gestualidad serena y apacible, coléricos o amargos. Pocos ojos nos miran sin esquivas miradas, sin retorcidos síntomas, satisfechos de lo que ingresan las pupilas y la piel en la mente. Pocas miradas son el espejo de una personalidad completa, sin resquicios, sin hambres, sin huecos afectivos. Casi todos ocultamos y deterramos el niño que somos, nos avergonzamos de él. Y ese niño interior patalea reclamando su vida emocional. Sus puntapiés y gritos mueven el corazón y nos provocan terremotos mentales. Ser adulto significa haberse convertido en suicida inconcluso del niño que fuimos. Y esa sinrazón y asesinato de la sensibilidad, que marca el presente como una vida aséptica, se proyecta hacia un futuro en el que sentir, tanto como pensar, será, también una insoportable aberración. Un mundo feliz, Farenheit, 451 o 1984 (Huxley, Bradbury, Orwel), por ejemplo, presentan sociedades futuras regidas por la exacerbación de esa insensibilidad como única emoción. Lo recuerdo porque muchos libros de “ciencia-ficción” tienen más de ciencia emocional empírica que de ficción gratuita.
Todos estamos esperando llenar el hueco del afecto: por eso quienes saben decir y saben actuar hacen soñar, siembran los corazones de esperanzas, enamoran por donde pasan, porque muchos atilas han pasado por el mundo matando las caricias, desertizando el corazón impunemente. Te quiero porque sé que me quieres y me necesitas, escribe George Sand; es decir: que lo que amamos es que nos amen: por eso quien dice amar enamora.
El amor es el origen. Es causa y consecuencia de la existencia. No distingue clases sociales, ni edades, ni reglamentaciones. Cada lector lo sabe por su propia experiencia. Y ahí están los empirismos de los otros, quienes los anotaron para constatarnos su universalidad:
Hombres, aves y bestias compañía quieren siempre,
y mucho más el hombre que todas las criaturas,
pues quiere en todo tiempo sin seso y sin mesura,
confirma Hita en el Libro de Buen Amor. Y el Libro de Alexandre entiende el erotismo como un estado jubiloso:
El mes era de mayo, y era un tiempo glorioso ...
mozas y viejas iban metidas en amores,
cogiendo por las siestas en los prados las flores.
11.-La sinrazón represiva.-
Hombres, aves y bestias compañía quieren siempre,
y mucho más el hombre que todas las criaturas,
pues quiere en todo tiempo sin seso y sin mesura,
confirma Hita en el Libro de Buen Amor. Y el Libro de Alexandre entiende el erotismo como un estado jubiloso:
El mes era de mayo, y era un tiempo glorioso ...
mozas y viejas iban metidas en amores,
cogiendo por las siestas en los prados las flores.
El corazón siente, el cuerpo desea: el amor es ternura y es pasión. Quien niega el propio cuerpo es que no siente el corazón del otro, el otro cuerpo. Rechazarse los cuerpos significa no sintonizar los sentimientos, fracasar la atracción, indispensable para el encuentro erótico y el enamoramiento. Negar el beso o el coito es confesar la ausencia de pasión y sentimientos. Pueden juntarse los cuerpos sin amor. Pero el amor siempre une los cuerpos. (El “homo eroticus” incluye al “homo sexus”, aunque estos no impliquen siempre al “homo amoris”). Esa dicotomía o sintonía, hijas de la naturaleza, esa reciprocidad o adversidad, carnal o espiritual (mental al fin, pues la siquicidad es la única fisicidad) no siempre ha seguido el camino diestro que le era conveniente y necesario. La sociedad y sus estrábicas liturgias religiosas y mundanas han entorpecido, zancadilleado y perseguido el natural discurso de las conductas amorosas.
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