En la noche serena contemplo el infinito
Detrás de las estrellas tal vez haya un edén
Si pudiera volar convertido en un pájaro
Decidme que la noche desemboca en la luz
Mi corazón asciende por la noche infinita
Detrás de las estrellas tal vez haya un edén
Sonrisas de diamante parecen las estrellas
Dentro de mí una escala me invita al paraíso
Decidme que la noche desemboca en la luz
Contemplo los abismos lejanos y profundos
El mundo tiene forma de un ataúd errante
La tristeza es un pájaro que vuela en las entrañas
Quién besara los ojos de la melancolía
El amor es la magia que nos convierte en dioses
Los besos son la huella de la resurrección
Detrás de las estrellas se columpian los sueños
La soledad desvela al hombre cosmogónico
Decidme que la noche desemboca en la luz
Manantiales de dicha diluvia el firmamento
No existe la tristeza para quien sueña y ama
El amor es la magia que disuelve el dolor
En la noche serena se columpian los sueños
Mi corazón asciende convertido en un pájaro
Diamantes y sonrisas en la noche serena
La soledad descubre la mística armonía
Decidme que la noche desemboca en la luz
La lluvia clama ocasos en los que dibujarse
La sonrisa es un rostro que oculta el de la muerte
Los besos son la huella de la resurrección
Jamás tendré tus besos oh dama inresurrecta
Arcoíris y lluvias derraman utopías
Decidme que la noche es un canto a la luz
.............
Hace años escribía yo desenfrenadamente, sin poder atajar el turbión síquico que pugnaba por salir para liberarme de su tortura. Cuando me decidí a publicar, no podía corregir aquel desenfrenado río que brotaba sin buscarlo y que me ahogaba tanto si permanecía en mis sentinas como si se volcaba sobre el folio.
Retirado de la escritura durante 15 años, intenté ordenar mi mente, que zozobraba igual en la prosa de los días que en el verso de la pluma, puesto que ninguna distinción había entre unos y otra.
Finalmente, la palabra volvió de su afasia y su naufragio, y empezó a ordenar una vez más mi vida. Sin embargo, ya podía yo detener el torrente verbal y reescribir mientras iba escribiendo, aunque cierto es que jamás he logrado, ni pensado, pergeñar mentalmente un escrito, y sigue siendo cierto que "cuando escribo la primera palabra no sé cuál va a ser la siguiente".
Este poema es buena muestra de ambas actitudes: escrito hace unos días, y apenas corregido, yo recibía los versos como telegramas mentales, adosándose unos a otros en forma de teselas; lejanamente entreveía ciegamente que ese telegrafismo se encaminaba hacia la formación de un friso: y, como si un pintor trazase líneas paralelas y de pronto tomara fragmentos de las anteriores para pintar las posteriores, se me imponían segmentos de versos ya escritos buscando prolongarse como variaciones mientras aparecían otros nuevos, semejante al inicio de una pequeña fuga que podía mantener tanto tiempo como quisiera, pero que detuve porque prefería la insinuación de un texto breve a la construcción de un poema de 300 ó 400 versos. Creo que en Palimpsesto hay un ejemplo final de esta estructura, aquí solo iniciada.
Lo que yo haya querido decirme en estos versos aún no lo sé bien: porque el laberinto síquico ordena sus pasillos y sus túneles y las más de las veces solo sabemos que estamos en el camino, no cómo hemos entrado ni hacia dónde vamos ni por qué estamos caminando. En este mismo instante yo sigo escribiendo esta nota a marchas forzadas -el reloj del blog ya ha debido publicarlo- porque algo me fuerza a explicarme, y al mismo tiempo deseo no hacerlo; pero me digo "¡Qué más da!". Tal vez sea el dibujo de un tránsito. Desde luego no pensaba en Ofelia: la imagen la he buscado después, como suelo hacer. Más que Ofelia, quizá sea el latido de todas las onirias.
Seguramente a nadie le importe ni el texto ni esta nota. A mí sigue importándome saber quién soy. De ahí tanta tentativa.
Finalmente, la palabra volvió de su afasia y su naufragio, y empezó a ordenar una vez más mi vida. Sin embargo, ya podía yo detener el torrente verbal y reescribir mientras iba escribiendo, aunque cierto es que jamás he logrado, ni pensado, pergeñar mentalmente un escrito, y sigue siendo cierto que "cuando escribo la primera palabra no sé cuál va a ser la siguiente".
Este poema es buena muestra de ambas actitudes: escrito hace unos días, y apenas corregido, yo recibía los versos como telegramas mentales, adosándose unos a otros en forma de teselas; lejanamente entreveía ciegamente que ese telegrafismo se encaminaba hacia la formación de un friso: y, como si un pintor trazase líneas paralelas y de pronto tomara fragmentos de las anteriores para pintar las posteriores, se me imponían segmentos de versos ya escritos buscando prolongarse como variaciones mientras aparecían otros nuevos, semejante al inicio de una pequeña fuga que podía mantener tanto tiempo como quisiera, pero que detuve porque prefería la insinuación de un texto breve a la construcción de un poema de 300 ó 400 versos. Creo que en Palimpsesto hay un ejemplo final de esta estructura, aquí solo iniciada.
Lo que yo haya querido decirme en estos versos aún no lo sé bien: porque el laberinto síquico ordena sus pasillos y sus túneles y las más de las veces solo sabemos que estamos en el camino, no cómo hemos entrado ni hacia dónde vamos ni por qué estamos caminando. En este mismo instante yo sigo escribiendo esta nota a marchas forzadas -el reloj del blog ya ha debido publicarlo- porque algo me fuerza a explicarme, y al mismo tiempo deseo no hacerlo; pero me digo "¡Qué más da!". Tal vez sea el dibujo de un tránsito. Desde luego no pensaba en Ofelia: la imagen la he buscado después, como suelo hacer. Más que Ofelia, quizá sea el latido de todas las onirias.
Seguramente a nadie le importe ni el texto ni esta nota. A mí sigue importándome saber quién soy. De ahí tanta tentativa.
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