Monteverdi; Lamento de Ariadna
No temía morir; su terror era la agonía.
Se dijo que la solución estaba en quitarse la vida cuando ya solo le esperase la muerte.
Esa consideración lo tranquilizó: así, la muerte no es un enemigo, sino una salvación. Y vivió algún tiempo amodorrado en ese bálsamo contra el sufrimiento.
Pero un día sintió que se quemaba y apartó inmediatamente la mano. Trató de mantenerla junto al fuego; pero su voluntad nada podía contra el instinto de conservación de la existencia.
Entonces se derrumbó: su bálsamo contra la agonía era inútil.
Supo que el instinto de supervivencia le impediría liberarse de la vida, por muy agónico que fuese su final.
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