UNA HISTORIA POR OTRA
Luis T. Bonmatí
Hay quien elige ser escritor; pero hay quien no puede ni sabe ser otra cosa. Para quienes conozcan solo su obra poética, su personaje, Antonio Gracia quizá pueda pasar por uno de los primeros; para quienes, además, conocemos a la persona, A. G. es, sin duda, uno de los segundos.
Es posible que, algunas veces, el personaje configure a la persona y la vaya formateando hasta someterla, en mayor o menor medida, a su molde prototípico. Y, en ese proceso biobibliográfico, no es imposible que, por su parte, la persona, después de haber fingido su personaje, acabe, primero, creyendo en él, y, después, consistiendo en él, cofundidos ambos en un ovillo de fronteras que evidencia la falta de estas: es el caso de A.G.
En A.G. la imbricación persona-personaje salta a la vista, quizá hasta con demasiada evidencia, desde sus primeras —e inencontrables— obras, La estatura del ansia y Palimpsesto. Bastará leer esos libros, si se tiene la suerte de encontrarlos (si no, puede rastrearse lo que afirmo en la antología Fragmentos de identidad, de Editorial Aguaclara, y en el inteligente prólogo de esta escrito por Ángel L. Prieto de Paula), para comprender que se está ante uno de los pocos poetas vivos auténticos y sentirse uno tocado por un arte que expresa con tanta abundancia como hondura la desesperanza, el amor y el desamor, la culpabilidad, el sexo en carne viva, la rabia contra la vida o el amor a la vida, y... para descubrir que el objeto de la poesía de A. G. es, más que nada, el personaje de A .G. Y esto, desde un punto de vista artístico, no es malo... cuando se posee el oficio que A. G. tiene de sobra.
Tras el muy vertiginoso paréntesis —escasamente figurativo, experimental, deslumbrantemente sonoro, desesperado pero coherente con su trayectoria hacia el hundimiento— que supuso Los ojos de la metáfora, se produjo un largo enmudecimiento posterior del autor, como si este hubiera quedado exhausto o, tras un parto monstruoso, incapacitado, poéticamente afásico. Sin embargo el silencio fue roto y la palabra recuperada quince años después (1998) con un libro cuyo título resumía su contenido, Hacia la luz, en el que se advertía un giro en la trayectoria tanto vital como literaria de A. G.; giro que no tardó en confirmar su siguiente obra, Libro de los anhelos: A. G. había dejado de ser, aunque no del todo, un poeta de la nada y el vacío. No parecía ser el dueño de mucho, pero, sí, ya tenía algo. Y algo no es poco, sobre todo si se expresa con el arte y la profunda fuerza de este poeta que reúne vida y literatura.
Ahora, en Reconstrucción de un diario, el poeta, aun siguiendo el camino descubierto en sus libros inmediatamente anteriores, ejecuta una pirueta: cobra distancia respecto a su yo, lo objetiva cuanto le es posible, y, todavía desde sí mismo, lo mira y se ve a sí mismo. Puede que el camino iniciado acabe encendiendo al poeta y estemos ante un nuevo giro en la trayectoria de A. G. que lo lleve a ir —si no a distanciarse de sí mismo, lo que seguramente es imposible— a verse desde más lejos, con más paz, escribiendo él donde antes escribía yo. Como a veces las piruetas tienen conscuencias sorprendentes, ¿quién sabe dónde o cómo puede acabar esto?
La historia de la primera parte continúa en la tercera («Manuscrito III. Segunda gesta») y continúa alternando la historia del amante siempre herido con poemas en primera persona y cursivas; es decir, alternando dos historias que son una: el malherido vuelve al amor, a otro amor que puede que él crea el mismo, pero ahora con su herida incluida; y la vida del arte (los libros, la música, la pintura) va primero endulzándolo, si levemente, en su desesperanza lúcida, para, inmediatamente, convertirse en la sangre de una vida nueva, siempre desesperanzada pero al fin sin acritud porque «tanta belleza extingue tanta melancolía».
En un panorama poético general bastante light, me parece, en fin, este un libro poéticamente desusado: en primer lugar, por la poca frecuencia con que uno va encontrando esa poesía que nos acerca a la hermosura de lo profundo (quizás por esto mismo la poesía no resulte fácil y, ante ella, muchos miran hacia otro lado, como ante las desgracias de los informativos, para continuar sin ver); en segundo lugar, por el profundo efecto que este libro produce en el lector, sobre todo gracias al distanciamiento (todavía más aparente que real) que la persona de A. G. introduce al contar al personaje A. G. y al contarlo tan bien y bellamente.
la introduccion presentacion tiene la misma fuerza que el contenido conocido..... solo el testigo supremo puede apreciar la verdad: Por dios!
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