Visitas

Seguidores

viernes, 27 de septiembre de 2019

El abrazo a los hijos perdidos


Tristán e Isolda: El corno solitario



Ya que desaparecí de vuestras vidas porque consiguieron echarme de ellas no voy a intentar convenceros de la injusticia que padecí, padezco -y padecisteis-. La mente sedimenta lo que percibe, y construye con ello una estatua difícilmente modificable. ¿Cómo vencer o contrarrestar con palabras el silencio y la ausencia que habéis vivido durante tantos años? ¿Y cuántas veces lo he intentado? Yo no existo para vosotros, y si admitieseis mi existencia sería tanto como condenar la de quien os enseñó mi inexistencia. Sin embargo, quien quiere encontrar la verdad empieza dudando de todo. Hay que aprender del pasado, y luego impedir que suplante el presente y determine el futuro. 
     No hay mejor premisa que admitir que cuanto hacemos es para acertar, y que si nos equivocamos no fue esa nuestra intención. Por eso ni siquiera voy a descalificar a quien me apartó de vosotros porque tal vez creía en la honestidad del castigo al que su proceder nos condenaba. Así que me parece lo más sensato partir de cero y simplemente encontrarnos como desconocidos deseosos de ofrecerse lo mejor; y conversar, no disputar; hablar, no "pedir explicaciones", que implica rencor y agresividad. Eso os ruego: encontrarnos. Con buena voluntad todo iría devanándose lentamente, encontrando su cauce justo, entendiéndose y armonizándose. Hay que llevar mucho cuidado para no romper una estatua de porcelana, y más para recomponerla. Y eso son las relaciones humanas.
     Para no equivocarse es preciso saber qué se quiere y qué se está dispuesto a hacer para conseguirlo. Yo estoy dispuesto -no me queda otra opción- a continuar sufriendo que me ignoréis. Pero no creo que os resulte más fácil que la próxima vez que me veáis sea cuando os llamen para deciros que he muerto o me estoy muriendo.
     Recibid un abrazo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario