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miércoles, 19 de junio de 2019

Sherlock Holmes y el robo del Premio Loewe


Sherlock Holmes y el robo del Premio Loewe
UNO.- En noviembre de 2004 todos los periódicos convirtieron al “poeta maldito” que yo era para algunos en un maldito poeta para todos. La razón que adujeron -mejor: la sinrazón- fue que yo había engañado a los mastines del Loewe feroz presentando a su concurso un libro ya premiado en otro concurso, meses antes. La escena del presunto crimen la diseñó el ABC del 25-XI-2004. Para resaltar mi malvadez la noticia empezaba con un piropo: “Pocas veces la calidad de una obra de poesía ha sido confirmada con tanta vehemencia al concedérsele dos primeros premios y quedarse finalista de un tercero”…, resaltando así la bonhomía de los supuestos traicionados, quienes me habían concedido el premio Espronceda y “no salían de su asombro” al saber que el mismo libro, “Devastaciones, sueños”, acababa de ser premiado también con el Loewe
Pero incluso el más torpe Sherlock Holmes hubiese deducido que algo no encajaba. Porque ¿quién presentaría una obra ya premiada, y con el mismo título, a otro concurso esperando que, si volvían a premiarla, no se supiera en unas horas internéticas? Y sobre todo: ¿cómo no tener en cuenta que la periodista, probablemente receptora y no cómplice del trampantojo, añadía que la coordinadora de los premios Espronceda confesaba que “al contrario de lo que sucedió con el ganador de novela —que sí cobró el premio—, Gracia no recibió el dinero al no facilitar la documentación necesaria para hacer la transferencia”? ¿Nadie se preguntó el porqué de ese rechazo reiterado de los 6.000 maravedises y la edición, durante 5 meses? Pues este es el motivo: porque una obra no empieza a ser digna hasta que encuentra idoneidad entre lo sentido, pensado y escrito; y aunque tal tarea de pulimentación es infinita, su autor debe esforzarse en conseguirla durante su finitud. Por eso rechacé el premio: al negárseme la edición de la versión corregida, aunque fue la primera condición que puse, y la aceptaron, como demuestran la radio y los comunicados que conservo. Lo demás son conjeturas ajenas y mías, que no alteran la esencia. 
Para constatar que no fui antojadizo ni contumaz, sino consecuente, añadiré que, antes, en 1998, rechacé el premio concedido a “Reconstrucción de un diario” porque pretendían publicarlo solo parcialmente en una revista. Después, en 2009, hice lo mismo y devolví el talón del premio Ciudad de Ronda porque me negaron la corrección de pruebas de “Informe pericial”, no sé por qué (también puedo probarlo con audios y escritos), siendo esta corrección conditio sine qua non para toda edición, puesto que un libro debe publicarse lo más dignamente posible y bajo la supervisión del autor, cosa que, al parecer, importa poco a los premiadores y editores, quienes creen que un poema es mejor cuanto más alto es su precio, haciendo caso omiso de su valor.
Como consecuencia y causa (¿qué pensar de un país que antepone el linchamiento a la presunción de inocencia?), algunos lobeznos loewianos me ladraron, y no porque “ladran, luego cabalgamos” -expresión que siempre se cita como perteneciente a El Quijote, pero que no aparece en él-, sino porque piensa el ladrón que todos son de su condición y porque, en frase de Fogazzaro, “en los tiempos de La Fontaine los animales hablaban; hoy también escriben”.
Y es que el mundo sería mejor si algunos no lo emponzoñaran teniendo como divisa  inquisitorial que la sospecha es prueba de culpabilidad; entre estos, cada uno piensa del otro lo que no quiere reconocer de sí mismo: el metalúrgico Marzal, premiado loewemente por un libro con varios poemas ya publicados, ¿no debiera haber hecho mutis por el foro? ¿Qué decirle al poetiso L. A. de Villena, convertido en manso Loewe feroz de la España de charanga y pandereta? ¿Acaso estupró mi libro? ¿No es preferible ser nadie en un mundo en el que ser alguien significa haberse vendido a las convenciones de la famamundia?

Naturalmente, hay que tener en cuenta las opiniones ajenas; aunque no hasta el punto de que anulen nuestro criterio -a menos que sus razones sean más razonables que las nuestras-. ¿Es razonable que una decidora tan clara como la Janés envuelva en varios folios un contundente elogio público sobre un libro elegido entre 1.108 -del que lee, además, varios poemas- y al día siguiente lo condene afirmando que a ningún miembro del jurado le gustaba? El señor Bonald se mostró poco caballero cuando afirmó que soy un impresentable: supongo que tiene como referencia a sus compañeros parlanchines, todos más éticos, perléticos y perliperlambréticos que yo, que solo soy un verso perverso, desertor por un instante de su retiro frailuisiano, y cuya escritura solo vale en tanto que me sirve de terapia cuando escribo.

¿Pues qué decir del malinformador T. G. Yedra -de la agencia Colpisa, según dijo-, y otros periodistos verborristos, que en vez de repetir respuestas las inventa? ¿No sabe que, en el lenguaje, el orden de los factores altera el producto y cualquier alterador que lo alterase perfecto impostor será? ¿Y del señor Juan Palomo, quien habló de mi “menuda jeta” cuando él tiene tan grande el pico?

¿De qué manera mágica escuchar la voz de los fantasmas disfrazados de personas? ¿Debiera yo enfrentarme, verbal espada en mano, a tanto mosqueperro ladrador, ya que mi pobre verdad solitaria no convence tanto como una mentira sostenida por una centuria? Pues no. La valentía no consiste, a pesar de D. Quijote, en luchar contra la necedad, sino en mantenerse al margen de ella. ¿Debo considerar a los que afirman que llegué como anillo al dedo y que fui cabeza de turco en la que se intentó lavar el honor de un certamen que necesitaba una limpieza? Tampoco: yo no hablo de lo que no conozco. Lo que sí sé es que, puesto que no se puede obligar a aceptar un premio y yo lo había rechazado, “Devastaciones, sueños” estaba virgen y casto de premios y podía ser premiado, lo que atestigua que el despremio fue un loewerazo marsupial. Porque una lámpara sigue siendo lámpara aunque se esconda bajo un celemín. Ocurre como en “Anatomía de un asesinato”, la película de Preminger en la que, tras decir el juez que “… tales palabras se borrarán del acta y los miembros del jurado no las tendrán en cuenta”, el auxiliar de James Steward se pregunta cómo van a arrancarlas de su mente, y este balbucea: “no pueden”. No: no hay causa que no engendre consecuencia; y esta remite a aquella. Lo diría Sherlock: eliminado lo imposible, lo que queda es la verdad, por muy improbable que parezca; robaron las consecuencias del premio (euros, publicación), no el hecho de que lo habían concedido: que habían emitido un veredicto poético desinteresado y luego lo habían suplantado por otro socialmente interesado. Los reverendos Loewes, vengativos amantes de crucifixiones, queriendo ridiculizarme, se ridiculizaron con su bífido criterio. Tan rumiantes estaban sobre sus pedestales que olvidaron que un libro no es mejor porque ostente un premio: y se efigiaron a sí mismos.

DOS.- Viene lo antedicho porque, como en las películas de Hitchcock, un hombre acusado injustamente de un delito se ve empujado a mostrar su inocencia; y viene a explicar mi deseo de dar a conocer -“puesto ya el pie en el estribo”- el texto premiado por la Fundación Loewe, que reproduce mi rostro interior, no su prefiguración esproncediana, la que fue publicada con tantas erratas que parecía roída por ratones. La recién nacida -en 2004- editorial Literaturas Com Libros -muerta apenas viva- editó electrónicamente la revisada “Devastaciones, sueños”. Ahora El cuaderno ofrece tal edición a sus lectores. 

                

TRES.- Algunas reseñas sobre el libro: 
RODRÍGUEZ ASEIJAS, Irene, «Devastaciones, sueños»



Varios:  file:///Users/antoniograciacaselles/Desktop/escritos-sobre-el-autor.html 


Á. Valverde: http://antoniograciaoniria.blogspot.com.es/2013/04/blog-de-alvaro-valverde-9.html 

Ángel Luis Prieto de Paula: "Devastaciones, sueños".

http://antoniograciaoniria.blogspot.com/2016/12/escritos-sobre-el-autor.html




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