Schumann: Adagio, S. II
Si “La Estatura del Ansia” de Antonio Gracia es el más auténtico y peligroso libro de poemas de las últimas décadas, la Dama de Elche es el poema más emblemático del libro, y donde se condensa, y a la vez se despliega, la dramática cadencia de una música desconocida hasta entonces en la lírica española, en la que se funden de forma inseparable el abismal heroísmo wagneriano con la doliente y bella expresión de una conciencia en lucha con la culpa anterior a la vida, calderoniana, pero que extrae sus motivos, y los desarrolla como una melodía vertiginosa, de los avatares de una existencia y un destino inexorable.
José Guillén estableció con sabiduría en el prólogo las claves vitales y literarias del libro, así como de la personalidad de su autor, por lo que no podría yo, con menos recursos expresivos y críticos, mejorar aquella magnífica introducción de la primera y última edición, que yo sepa, que se haya hecho del libro. Lo cual me parece que no hace justicia a un conjunto de poemas cuya unidad profunda está cimentada en la intensísima emoción que lo ha creado, transformada en una escala de versos por los que su autor trata de ascender a la salvación por la belleza.
Pero esta nunca salva de lo que está incrustado en el alma como una oración grabada en piedra; y a ese libro siguió otro -“Palimpsesto”- para hundir a Antonio Gracia en la sima del yo, que durante años lo tuvo prisionero de sí mismo.
Después vino la visión filosófica del mundo con una serie de libros donde los versos y las reflexiones tratan de encontrar una idea matriz, un eje sobre el que hacer girar el laberinto de la vida, y desentrañar las oscuras veleidades de la conciencia del ser humano, sin renunciar a lo que pudo rescatar, a los restos del naufragio que conservó de aquellos poemas que fueron el reflejo de una tormentosa conflagración interior.
Lo que la Dama representa es un oscuro símbolo de algo que debió ser y no fue para el sueño del poeta, o que fue y no debió ser.
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