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viernes, 21 de junio de 2019

El astro enfebrecido



MIRA los ojos: cómo transparentan
la luz del universo, donde el alma
es infinita; observa, enfebrecidos,
esos labios, por los que emerge el mundo. 
Siente el cuello, que yergue la cabeza 
y se abre sobre el pecho como un río 
apaciguado; escucha el corazón,
su músculo sonoro, su sangrienta 
geometría, el cúmulo de gárgolas 
ardientes; y las vísceras añiles 
enrojecidas por la voluntad 
de la creación; los vasos y los filtros 
ordenados en mágica armonía. 
Contempla el firmamento esplendoroso 
del epitelio cósmico interior, 
las mil estrellas que el cerebro fragua. 
Mira cómo se ordena el caos; mira 
cómo surge la nada y se transforma 
en cálida materia inteligente; 
y cómo se dilata en los pulmones
y se expande en la rueca de la vida 
hacia el pubis sediento. Observa, palpa 
la humana simetríahuele el tacto
de las manos, los muslos, la osamenta 
vestida con la carne que se burla
de toda podredumbre y canta firme
su exaltada salmodia, la lujuria
de la pura existencia incontenible,
irresoluble en muerte. Abraza el cuerpo, 
repite su clamor y niega entonces
la furia del vivir y su conciencia
de eternidad. 

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