Holts: Saturno
Al ritmo creciente que lleva la sociedad en su obstinación por matar al individuo -al individualismo- muy pronto el mayor mal que nos aceche será la soledad de sentirnos ajenos en un mundo de ajenos.
Ya es improbable mantener una conversación sin que esta se convierta en disputa y por ello en origen de enemistad soterrada. Las varias televisiones y videojuegos en cada hogar -o deshogar- desmembran las familias; los móviles inmovilizan a cada uno en su autismo; la longevidad, falta de atención, hace que el miembro que sobrevive de la pareja quede a merced de los carnavales de la senectud...
Bien está que la juventud madura sustituya a la vejez inmadura; lo que está mal es jubilar la experiencia y sabiduría de la sensata edad por la inexperiencia e insensata euforia de los juveniles licenciados en ignorancia que empiezan a mandar en el mundo.
En la Antigüedad grecorromana el senado estaba compuesto por ilustrados ancianos, esos que destierra la actualidad porque prefiere a los que sacan lustre a su incompetencia.
Las grandes obras de la Humanidad, salvo ilustres excepciones, se han fraguado desde el conocimiento que atesoran los años.
La soledad del artista era necesaria, y lo es, porque quien no se obsesiona lúcidamente con su creación no crea más que espejismos.
Así que prefiero un Matusalén sabio a un presunto Mozart cuyo único mérito es presumir de lo que no es porque cree que las florituras, los ditirambos y saltimbanquismos son profecías de su gloria en vez de jumenterías de su inopia.
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