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miércoles, 10 de enero de 2018

Vivir, amar, convivir.




Para vivir nos basta con haber nacido y seguir unas normas sociales.

Amar es otra cosa: es una fiera que de pronto nos topa el corazón y nos muerde la carne.

Convivir sí es difícil. Primero hay que vencer al egoísta que hay en nuestro interior, hacerle comprender que las masas no cuentan, que lo que importa es la solidaridad de dos que se completan y toleran, que mantienen su individualidad sin interferir en la del otro y al mismo tiempo forman una unidad de dos interdependencias. Es preciso haber vencido a la fiera del amor que nos enfebreció, domarla, domesticarla, convertirla en animal de compañía, quitarle su agresividad, meternos en su piel como en un traje cómodo que nos ayuda a vivir con alegría y también sin cupidos, ni hadas, príncipes o princesas. Volver a enamorarnos, sí: enamorarnos de lo cotidiano, de la dicha del sosiego.

No es difícil conseguir que nos amen; lo difícil es lograr que nos sigan amando.

Decididamente: no es fácil convivir. Sobre todo cuando se espera que sea el otro, la otra, quien lo dé todo.

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