Wagner: Tristán e Isolda
Ahora que la muerte es una luz
que me ciega o me alumbra a otra existencia,
en mi noche interior
recuerdo cómo brillan las estrellas.
Tal vez, el más allá es un firmamento
que relumbra en mi carne
y no supe encontrar, o acaso sea
un fugitivo cosmos que se aleja,
cuanto más lo persigo, hacia la estancia
en donde la materia es inmortal.
¿Qué hay detrás de la muerte, tras la noche
del universo que ama el corazón?
El mar, el cielo azul, el pájaro y tu nombre
no habitarán la isla perseguida.
Desaforadamente sé
que jamás tocaré con esta carne
que traspasa la tuya
la plenitud, la dicha, el alto cielo,
la majestad del diáfano esplendor.
Y no me salvará la muerte abriendo
otros espacios, otras estrategias,
otros espejos donde repetirme.
Tampoco la palabra: el exorcismo
del absoluto acabamiento.
Jamás volveré a ser el que ahora anhela
convertirse en palabras
junto al frío silencio cadencioso
del sarcófago de la eternidad.
Ni siquiera una reencarnación
o cualquier sortilegio
resumirá mis rostros en un rostro
que dignifique mi mortalidad.
Ahora sé que todo himno es elegíaco,
pues es tan solo un canto a lo que muere.
Así que, Amada mía,
mientras llega el naufragio, abrázame:
quiero que seas mi último paisaje.
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