Dvorak: La rueca de oro
La obra de un autor siempre es acumulativa: cada nuevo título avanza sobre el anterior y lo contiene, igual que cada época contiene las antecesoras y las supera. La tradición es eso.
Es lógico que los primeros títulos de un creador sean aprendizajes y premoniciones, y que los últimos caigan en la reiteración o el autoplagio. Por eso yo leo un título nuclear y paso a otro autor, porque ya nada esencialmente distinto va a decir. Y hay tantos autores y obras, miradas, mundos... El estudio de cualesquiera “Obras completas” es para los curriculantes.
La escritura de un poeta, si lo es de verdad y enteramente, gira sobre una sentimentalidad fraguada en sus inicios a sangre y fuego, y le persigue en cada verso. Hasta que acepta que su techo intelectual y creativo ya no da para más.
La escritura de un narrador o autor dramático se mueve en torno a unos pocos temas que engranan una misma y esencial historia que parece distinta por la ambientación y caracterización de los personajes. Temas hay unos pocos; argumentos, demasiados y ocultando el mismo. En esencia, los temas reiteran al protagonista y el antagonista, empeñados en una pugna en la que intervienen los coprotagonistas y coantagonistas. Cuanto más se enreda el asunto más personajes y enredos, y más páginas.
La obra maestra es aquella que concilia el sentimiento y el pensamiento, la verdad humana y el ludismo, el antiguo deleitar aprovechando. De otro modo: hay que sensibilizar el pensamiento e inteligenciar el sentimiento.
La comprensión -el entendimiento- es la hermosura perfecta.