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sábado, 9 de junio de 2012

Después del amor (La péñola parlante)

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Queridos A. y J. L.:


Dícese que, en la escala del sufrimiento humano, la separación de los cónyuges ocupa el segundo lugar. Solo la muerte de un hijo lo supera en dolor. Parece extraño, pero resulta comprensible a poco que intentemos analizarlo.


La muerte de un ser querido es insoportable, aunque contundente e irreversible: la mente se adapta a la pérdida porque es una situación emocional con final definitivo. Todos hemos asumido que "todo tiene solución, menos la muerte". En cambio, muchos de los matrimonios o parejas que acaban su relación no perciben su final como conclusivo y cerrado, sino como una circunstancia que tal vez se solucione y permita que todo vuelva a ser como era; semejante esperanza conduce a un sufrimiento inacabado, y a veces inacabable, pues el regreso junto al otro y la restauración del bienestar perdido permanecen como una probable resurrección y no como una muerte.


El ser abandonado, en ocasiones, envuelto en la desolación, desarrolla una huida de toda nueva relación sentimental, con lo que aumenta su aislamiento. En otros casos, la persona abandonada se lanza desenfrenadamente a buscar otra compañía que sustituya el vacío en que se encuentra; con lo cual inicia un comportamiento que le lleva a continuos desengaños porque los encuentros amorosos se vuelven encontronazos.


Si al desasosiego íntimo le sumamos el caos exterior  (problemas económicos, hijos que padecen el malentendimiento de los padres, amistades que no saben a cuál de los dos ex cónyuges consolar), no es extraño que el índice de depresiones se dé en un alto grado entre estas personas, que deambulan por sus vidas como si cada lugar fuese una estación de tren, sin saber a cuál subirse o del cual huir. Porque, salvo excepciones, el fracaso de uno significa el fracaso de los dos.


Es más fácil vivir que convivir. Vivir no tiene mérito. A vivir nos obliga el hecho de nacer (salvo que optemos por la razón suicida). A convivir, nos obligamos ejercitando nuestra voluntad. Convivir es una victoria. ¿Nos declararemos derrotados? 


Cada cual se salva del naufragio como puede. La sociedad está cambiando: pero el corazón es el vehículo más lento y pierde todas las carreras emocionales en este convulso devenir que llamamos progreso.
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Munch: Separación