Schumann: Traumerei
EL LECTOR
Es al atardecer cuando ese
hombre
abre la puerta y se
esconde en el cuarto
donde guarda los
libros.
La penumbra es dorada
cuando prende la luz,
que toma por sorpresa su
interior escondido.
La estantería es baja. Los
volúmenes, pocos
y alineados en orden, el
mismo que eligió
para su vida. Toma uno
-encuadernado en piel,
como recién comprado-
y se sienta a leer.
El sofá -de terciopelo
verde, un poco ajado-
está junto a la lámpara
encendida.
Quedan atrás las horas en
el banco,
la fiel monotonía, los
paseos alrededor
del mismo laberinto, esas
conversaciones
rutinarias con unos y con
otros,
también con los de casa.
Dura el silencio.
Si levantara la
persiana
-cerrada a cal y canto- se
verían,
debajo, los jardines.
A lo lejos, el Valle y
Santa Bárbara.
En medio, el río.
Pero eso le impediría
concentrarse
en lo que importa ahora:
la lectura de obras que,
por norma,
relee constantemente.
La Ética de
Spinoza, por ejemplo.
A veces, no obstante, deja
el libro,
toma papel y escribe
con su letra menuda,
intraducible,
tanto como esa idea
resistente
a ser interpretada con
palabras.
Unos discretos golpes en
la puerta
le anuncian el final de su
retiro.
Es hora de cenar. Apaga,
cierra.
La vida espera fuera, la
que él lleva,
como cualquier lector,
cuando no vive.