A una dama inconsecuente
Amada mía: tú,
mi gran amor, me dictas
lo que anhelas oír como si fueras
autora de una fábula amorosa,
el gran teatro del mundo de este mundo.
Lloro por ti, por cuanto llorarás
cuando aceptes que tu verdad es esa,
la de que necesitas engañarte
para creer que es cierta tu mentira.
Yo, que tanto te quise y aún te quiero,
abjuro de tu turbia identidad.
Antes eras
hambre de amor y una mirada limpia;
ahora muestras las manchas de una ciénaga
que te nubla los ojos y la mente.
No puedo convivir con quien no sabe vivir consigo mismo. Nadie puede
ser el fantasma de quien quiere ser.
Preciso es elejarnos y lograr
morir lejos de aquellos en los que
nos hemos convertido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario