Los versos de Trovadorius (I)
Borodin: Nocturno (C. 2º)
Conoció Trovadorius -no sabía si en sueños o despierto- a una Dama; y en seguida su pluma empezó a destilar breves poemas de los que se desprende -como en un gran friso- una historia de amor. Son versos ajenos a las complejidades literarias, desnudos y sinceros como solo el sentir auténtico puede hilvanar, y tal como debían ser susurrados en la isla a la que se retiró su mente para que su vida junto a su amada fuese también desnudamente limpia, como un nuevo Adán que halló una nueva Eva. O mejor: imaginemos a Trovadoriuscomo un Robinson Crusoe autoexiliado en un pequeño territorio descontaminado de la sociedad y sus convencionalismos, recorriendo las playas y sorbiendo la amorosa sal celeste en la piel y los labios de una mujer nativa que tampoco ha conocido el mal.
Como en las clásicas historias de poetas que olvidan su escritura una vez que esta ha servido para nombrar su vida, aquellos manuscritos quedaron arrumbados con una sola nota en el comienzo: "Puesto que me olvidaste, cuanto escribí yo olvido".
La fortuna hizo que yo encontrase esos legajos (quizá en letra de algún copista apresurado, puesto que los firma erróneamente como Golgotorius. Otra diferencia: aquí la nota dice: "Solo mis versos dicen que aún existo..."). No sé decir cuándo fueron escritos ni a quién se dirigieron. Mas pareciéndome dignos de mejor destino, aquí empiezo a copiarlos -los seis primeros- para el lector curioso que decida seguir el curso de esa historia en sucesivas entregas:
I.- En la isla
Anoche recorrimos nuestros cuerpos
y nos dormimos bajo las estrellas.
Qué placidez el ruido del amor
mientras el mar batía su oleaje.
Y qué fulgor el de tus ojos cuando
me has visto sonreír esta mañana.
Anoche recorrimos nuestros cuerpos
y nos dormimos bajo las estrellas.
Qué placidez el ruido del amor
mientras el mar batía su oleaje.
Y qué fulgor el de tus ojos cuando
me has visto sonreír esta mañana.
II.- Roca viviente
Hemos cogido lapas, caracolas,
he ido esparciendo el mar sobre tu vientre
y briznándote de algas.
Un cangrejo corría por tu piel,
chocaba en tus pezones, descendía
por tu pubis, se alzaba
con su amorosa pinza, deslumbrado.
Y he decidido ser ese cangrejo.
Hemos cogido lapas, caracolas,
he ido esparciendo el mar sobre tu vientre
y briznándote de algas.
Un cangrejo corría por tu piel,
chocaba en tus pezones, descendía
por tu pubis, se alzaba
con su amorosa pinza, deslumbrado.
Y he decidido ser ese cangrejo.
III.- La lluvia
Ha llovido en la isla y ha dejado
la lluvia leves charcos de agua pura.
En ella abrevo yo mi sed del mundo
como en tu corazón abrevo el alma
de la felicidad que nos cobija.
Ha llovido en la isla y ha dejado
la lluvia leves charcos de agua pura.
En ella abrevo yo mi sed del mundo
como en tu corazón abrevo el alma
de la felicidad que nos cobija.
IV.- La cabaña
Cuando viajamos hacia el sur, allí
donde el pequeño lago sacia
a animales y pájaros,
miramos la cabaña.
Y de regreso, llenos nuestros ojos
de colores, paisajes y alegría,
descansamos en ella, en la madera
que yo arranqué a los árboles
para que tú pudieras alumbrar
con tus ojos la mesa, el lecho donde,
después de vino y risas,
tú eres mi esperanza y yo tu anhelo.
Cuando viajamos hacia el sur, allí
donde el pequeño lago sacia
a animales y pájaros,
miramos la cabaña.
Y de regreso, llenos nuestros ojos
de colores, paisajes y alegría,
descansamos en ella, en la madera
que yo arranqué a los árboles
para que tú pudieras alumbrar
con tus ojos la mesa, el lecho donde,
después de vino y risas,
tú eres mi esperanza y yo tu anhelo.
V.- La frágil potestad
Triste de mí, que he pretendido siempre
salvar montañas y cruzar los mares,
elevarme a los cielos y convertirme en dios
solo por fuerza de mi voluntad:
pues ahora que te miro reconozco
que basta tu mirada cegadora
para rendirme sin alzar la espada
ante tu frágil potestad hermosa.
Triste de mí, que he pretendido siempre
salvar montañas y cruzar los mares,
elevarme a los cielos y convertirme en dios
solo por fuerza de mi voluntad:
pues ahora que te miro reconozco
que basta tu mirada cegadora
para rendirme sin alzar la espada
ante tu frágil potestad hermosa.
VI.- El abrazo
Mira cómo se estrellan en las rocas
las olas: de igual modo nuestros cuerpos
chocan y se golpean entre espumas
de esperma y de sudor. Bate la furia
del lujurioso mar en nuestra carne,
mientras en el ocaso las gaviotas
se despiden del sol y se sorprenden
al ver la majestad de nuestro abrazo.
Mira cómo se estrellan en las rocas
las olas: de igual modo nuestros cuerpos
chocan y se golpean entre espumas
de esperma y de sudor. Bate la furia
del lujurioso mar en nuestra carne,
mientras en el ocaso las gaviotas
se despiden del sol y se sorprenden
al ver la majestad de nuestro abrazo.
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