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sábado, 5 de abril de 2025

Antonio Gracia - La noche en el Moncayo


Hablábamos de lo que nos unía: de la muerte y la vida: de la muerte nada sabíamos, y por eso la temíamos; de la vida, la amábamos, y por ello la escribíamos. Fatalismo y erotismo, cuerpos y versos. "Lo que soy es una parte de lo que escribo; lo que escribo es una parte de lo que soy", le decía.
     Un anochecer entramos en el cementerio por el boquete abierto en su muralla trasera, después de canibalizarnos en el asiento pasajeril. Siempre acababa diciéndole "te debo un litro de yogur que se ha quedado en el biberón".
        Pero esa noche nos llegamos hasta el Moncayo guardamarino, donde las olas eran robinsónicas, y el retozo oratorio fue tan fogoso que ella susurró emblanquecinada: "nada me debes ya". 
He aquí un recordatorio:


La noche en el Moncayo

Cascabel de la tarde, bella Oniria:
Yo recuerdo en la noche estremecida
la frágil voz de tu ágil juventud,
tu efigie siempre grácil de palmera, 
tus ojos soñadores y ambiciosos,
el tremular de los airados labios
en su conversación verbal y erótica.
La poesía es un río que el poeta
debe encauzar con suavidad y canto
Aquella noche, junto al mar batiente,
una pantera lúbrica asomaba 
por tus pechos rosados y sedosos,
mientras gestabas versos que eran solo 
apuntes de tus sueños, bella Oniria.
Tu cuerpo, gentilicio del amor, 
era en verdad un canto a la lujuria 
satisfecha tan solo en el poema.
Si tu carne de luna me abrazaba,
tinta dulce eras tú resuelta en canto.
Vivimos preguntando qué es la muerte
como si la respuesta fuese a darnos
claro conocimiento de la vida.
Mientras tanto, inocente en tus edenes,
me diste una verdad sedienta: el cuerpo 
es un fragmento de la eternidad
y el erotismo es su clarividencia.

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