La procrastinación
Al cambiar de casa y ser la nueva más pequeña, tuvo que dejar en la anterior la mitad de los libros y amontonar la otra mitad en dos habitaciones de esta. La habitabilidad se redujo, por tanto, y además no hallaba el momento, ni el espacio, para su ordenamiento. De modo que no encontraba ninguno y era como si ninguno tuviese. Si abría un cajón de un armario encontraba, por ejemplo, una docena de las gafas que el facultativo le había ido cambiando. Aquel mueble igualmente cajoncil también estaba lleno de inutilidades...
Pasaron años y años y su tedio le impedía dedicarse a establecer un orden. Este volumen, que estaba en medio del pasillo, aquel que le obligaba a saltar por encima, y los otros, no sabía por qué, continuaban donde los había dejado caer en su afán de sacarlos de las cajas del traslado. Su vida era una relación de sinvivires porque cuantos intentos hacía se quedaban en tentativas inmóviles.
Así pasó una década. Recordó cuántas veces le había ocurrido lo mismo. No sabía vivir con el mundo ni contra el mundo, con nadie ni consigo mismo; siempre contra sí mismo. Pero él no lo sabía.
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