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martes, 7 de agosto de 2018

Azúmbrame tus penas


Tartini: Adagio

Durante los últimos años, en muy pocas ocasiones he comprado libros: porque no sé dónde ponerlos y porque no quiero participar en la promoción de la cultura de la incultura; así que hojeo y ojeo muchos y los dejo flamantemente en sus estantes deseándoles buen viaje inmóvil de allí mismo; porque si un fragmento, o tres, leídos al azar, parecen estangurrias es lícito concluir que el conjunto es prostatítisco.
     Esto es referible, claro, a las novedades, narratolándicas o versísticas, que da lo mismo, porque los últimos poetas no hacen sino disponer en versos de tres o cuatro sílabas -o de quince- las líneas de una mala cuentititis que no saben contar, y los narratorius solo alcanzan a prolongar hasta un capítulo y media yema del otro los versoazumbres de lo que no saben sentir.
     Y hete aquí que, con precaria alegría, he descubierto que no soy el único que carece de la adecuada sensibilidad para admirar tales engendros: algunos conocidos, sabedores de mi fugitivación del negocio prosaceopoetístico, me regalan los ejemplares que han tenido que adquirir en la presentación de un amigo, por ejemplo. 
     Unos basurean lo que compran; yo no compro lo que basurean. Eso es lo correcto: huir de la agresión de cuantos plantan herrumbres en un libro.

   

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