Visitas
Seguidores
viernes, 31 de marzo de 2023
jueves, 30 de marzo de 2023
Cegueras y soberbias
Todos nos equivocamos alguna vez.
¿No es más noble admitir que, si en algo hemos fallado, ha sido sin pretenderlo y, aun así, pedir disculpas por el presunto error cometido? Si es malo no disculpar, peor es no pedir disculpas. ¿Porque cómo perdonar a quien no pide perdón porque prefiere el orgullo erróneo a la digna humildad?
Casi todos nuestros errores los causa la ansiedad: nos empuja a hacer deprisa y mal lo que precisa serenidad, "buenas maneras"; y la soberbia, el amor propio que nos impide rectificar.
Hemos creado un mundo en el que vivimos atropelladamente; la prisa por llegar no sabemos dónde antes que nadie, por decir sinsentidos interrumpiendo al otro... ; cada uno debe ser superior a toda costa, caiga quien caiga, alardeando de éxitos frívolos que son disfraces del íntimo fracaso. Y esa urgencia sin causa más que anímica se contagia a veces incluso a las personas que aún siguen siéndolo.
Por los dioses! ¿No recuerda este diagnóstico -ojalá equivocado- al Imperio Romano durante el siglo IV? ¿Es nuestro progreso un retroceso de 1500 años?
("¡Ande yo caliente...!", dice el lector).
miércoles, 29 de marzo de 2023
Cegueras y soberbias
Todos nos equivocamos alguna vez.
¿No es más noble admitir que, si en algo hemos fallado, ha sido sin pretenderlo y, aun así, pedir disculpas por el presunto error cometido? Si es malo no disculpar, peor es no pedir disculpas. ¿Porque cómo perdonar a quien no pide perdón porque prefiere el orgullo erróneo a la digna humildad?
La mayor parte de nuestros errores los causa la ansiedad: nos empuja a hacer deprisa y mal lo que precisa serenidad, "buenas maneras"; y la soberbia, el amor propio que nos impide rectificar.
Hemos creado un mundo en el que vivimos atropelladamente; la prisa por llegar no sabemos dónde antes que nadie, por decir sinsentidos interrumpiendo al otro... ; cada uno debe ser superior a toda costa, caiga quien caiga, alardeando de éxitos frívolos que son disfraces del íntimo fracaso.
Vive dios: ¿no recuerda este diagnóstico -ojalá equivocado- al Imperio Romano durante el siglo V? ¿Es nuestro progreso un retroceso de 1500 años?
martes, 28 de marzo de 2023
Hernández
Durante más de ochenta años de Hernández ha habido muchos Hernández, nacidos de la confusión entre poesía e ideología. Unos lo han visto como un diablo rojo, poroso de azufres laicos y fuegos legos; otros, devotos, lo han beatificado como san Miguel Hernández; aquellos han querido reducirlo a los gritos combativos, ebrios de una filosofía violenta, de Viento del pueblo, éstos han pretendido identificarlo con los gorgoritos seudoculturales de Perito en lunas; algunos lo han empequeñecido hasta ser poco menos que un casto varón junto al otro santo, san Ramón Sijé y su neocatolicismo fascistoide en una oriolana aldea cristianizante y fanatista; muchos han aprovechado las coyunturas para reducirlo, también metonímicamente, a un villano comulgante o flirteador de las ideas comunistas. Retratos fragmentarios todos ellos de los facciosos de la seudopolítica y la crítica espuria. La poesía es una abstracción y hace olvidar incluso a quien la creó. Miguel Hernández es universal por su obra, no por sus hechos, aunque su mejor hecho es su obra. A menudo la grandeza de una obra se ha escrito con las flaquezas de su autor. La literatura solo importa en el tiempo cuando es la formulación de una verdad humana. Y hacia esa verdad se encaminó la escritura de Hernández, ayudado, como ha ocurrido tantas veces en la historia, por la adversidad, pero haciendo de ella una inmejorable escuela. La lección hernandiana consiste en la superación de la incultura y las ideologías derechistas o izquierdistas, la iluminación y el aprendizaje en el dolor, su última escritura de la esperanza en el hombre, en el hijo, en el amor, en la igualdad, en la libertad. Unos pocos poemas suyos contienen esa esperanza nacida de la desesperación inaceptada. Por eso Hernández es universal; no por su aldeanismo, patriotismo, seudoculturalismo, catolicismo, comunismo.
La poética de Hernández, como la de todo poeta, es aquella a la que le condujo su vida -es decir: sus hechos y lecturas-, no su escritura literaturizante. Las teorías sobre “lo que debe ser” la literhartura quedan, al fin, en pretensiones o fracasos. Si la poesía no es una vida, o la vida, sí es una emanación de esta. Y en algunos autores esta intercomunicabilidad es trágicamente inevitable. En Miguel Hernández se muestra como en pocos esta transferencia: escribe al hilo de lo que vive y, al final, a la soga y la sombra de la premuerte. En esos momentos hay que buscar lo esencial de su obra. Aunque tampoco esta verdad excluya la veracidad de las afirmaciones, atisbos o reniegos de otros instantes de su vida y de su verso.
Hernández empieza su creatividad hablando del amor libresco, (El rayo que no cesa: el seudoamor) y termina sintiendo y escribiendo sobre el amor natural (últimos poemas, Cancionero). Antes, mientras tantea, Perito en lunas responde a la poética que dicta que la claridad debe enmascararse entre las sombras, fiel al criterio erróneo de que poesía es dificultad, dificilidad, y poeta, por tanto, cincelador de misterios inventados (y en ello cometió los mismos errores que los culteranos, al tomar el rábano de Góngora por las hojarascas del gongorismo). De ahí los títulos y calificativos con que bautiza sus octavas: “Poliedros”, “enigmas”. Es la confusión entre quien busca poner luz a lo sombrío tallando un hermetismo arrancado desde lo inexplorado, y quien se asombra ante lo obvio y lo obstaculiza con su verbo para hacer ostentación de su pericia. Recuérdese: perito en lunas; es decir: experto en penumbrar la claridad. En cuanto a sus libros “de guerra”, muestran la furia sublevada y humillada, asimiladas, por así decirlo, antes y después del Congreso de Intelectuales, moviéndose entre el guarismo y el pueblo: el viento humano que acecha deshumanizadamente.
Lo que importa no es que un hecho sobrehumano lo ejecute un superhombre, sino que lo haya realizado un hombre con trabajo y esfuerzo. Si un lector de Hernández admira sus más bellos y sinceros poemas, los escritos al final de su vida, libres de literaturismo y engreimiento, tiernos y humanos, ascetas y serenos, no debe olvidar que esa encarnadura de un ser en su palabra viene de la conquista que un hombre hizo de sí mismo, librando los combates de la vida y sus miserias, debilidades y tropiezos. Pero, pasada la vecindad de los tiempos, lo que importa, por muy poco humano que parezca, es el poema, y de su autor solo interesa aquello que ayuda a entender su escritura.
Al final de la noche
Ha caído la sombra sobre la luz del día
igual que un cuervo engarfia a una paloma.
Gotean las estrellas su oscura iridiscencia.
Con las manos lazadas, caminamos
para asir el instante y atravesar la noche.
Detrás del horizonte nos espera el misterio:
tal vez una agonía, acaso otra existencia.
A través de tus dedos siento tu corazón
percutir en el mío. La distancia
de la vida a la muerte nos funde en un abrazo
más hermoso que los de nuestros cuerpos
cuando la infinitud nos sonreía.
Ha crecido el amor porque miramos dentro
del laberinto, allá donde tú y yo
somos más que un fulgor que no podrá
apagar ningún fin.
domingo, 26 de marzo de 2023
sábado, 25 de marzo de 2023
Historia del pensamiento
viernes, 24 de marzo de 2023
El arte de la Naturaleza.
jueves, 23 de marzo de 2023
miércoles, 22 de marzo de 2023
martes, 21 de marzo de 2023
Lecturas virtuales.
lunes, 20 de marzo de 2023
domingo, 19 de marzo de 2023
Casi un poema.
Casi un poema
Padre.
Palabra desterrada del poema.
Qué puedo decir de ti para cantarte.
Apenas si en la Historia hay algún verso
que cante a los que fueron como tú
padres del sentimiento de sus hijos.
Mas no basta el silencio de la Historia
para callar mi voz en tu alabanza.
Tal vez nunca existió
un padre como tú,
que callas y no dices
que lo malo está mal,
que callas y no dices, pero tienes
un silencio que es un consejo alegre.
Qué puedo yo decirte, qué
para cantarte,
para hacerte ternura en mi poesía
si ni siquiera has muerto
para que el sentimiento de tu muerte
se entierre en estos versos
y sea él mi poema.
Cómo amarte y decirte que te amo
con letras y con tinta
si me puedo acercar a tus oídos
y, si no susurrártelo, besártelo,
dejarte una palabra en la mejilla.
Este amor que te tengo es un plumaje
que acaricia mi alma lentamente,
un trozo de silencio que me envías
desde tus ojos cuando nos miramos.
Este amor que te tengo es una tarde
que ha perdido el crepúsculo en su luz,
como mi sombra pierde su silueta
cuando viene la noche y estoy solo,
sin esa compañera de mi gesto.
Qué puedo yo decir para hacerte poesía.
Padre.
Pronuncio tu palabra y no me sabe
más que a piedra o paloma, trigo, amor.
No encuentro de tu vida
nada que el mundo no haya hecho mil veces.
Y estás viejo y no harás
seguramente nada perdurable.
Qué puedo yo decir entonces, dime.
Dime lo que tú quieres que diga yo a los hombres.
No te puedo dejar marcharte así,
olvidando un silencio entre tus huellas.
¿No hay un grito en tus pasos, una guerra?
¿No escondes una herida en tu regazo?
Dame sangre y haré de ella tu épica,
forjaré un mundo donde tú seas sol.
Dame sangre, tu sangre, dame sangre...
O tal vez te has dejado la sangre allá, en la vida,
en las otras heridas que no sangran,
cuando yo te pedía un pan que fue
el precio de tu sangre sin espinas.
Si es este tu martirio ya tienes redención;
porque puedo pensar que nada hiciste,
nada que el corazón recuerde sobre el bronce,
porque tuviste una batalla propia
donde yo era el fusil que te sangraba
las fuerzas cada día
cuando el perro del hambre me ululaba...
Qué no diré de ti, qué callaré.
Tengo voz para siglos si este yugo
que ciñe mi garganta, si el sudor
que me brota del alma no me ahoga
y seca mis palabras, estos gritos
que mi pluma, como a la par de mí,
llora tan húmedos ya, tan como lágrimas...
Y entonces, aquí, ahora, en este verso
es el dolor
el que me hace sentir que el otro mundo,
el de fuera de ti y de mí, no ha de saberlo,
ha de seguir oyendo tu silencio
porque yo ya no quiero repudiarlo.
Y me voy junto a ti, donde me miras,
y te dejo y te dejo y te dejo
una frágil palabra silenciosa
y una leve paloma en la mejilla...