Welista: Carmina Carmínea
Tú caminabas triste por la orilla
de la vida. El río serpeaba
reflejándote a veces y, de pronto,
un remolino turbio te envolvió
en su fondo, en el cauce, en las entrañas
de la fluyente lágrima hasta el mar
que es todo manantial. Te vi, me viste,
nos acercamos por la angosta senda;
atravesaba cada cuerpo el otro
queriéndose quedar ambos en uno
y se detuvo el tiempo. Me miraste
como petrificada, y te miré
como si fuese yo estatua de piedra.
El instante duró más que un relámpago
cristalizado en una eternidad
detenida; dijimos sin palabras
que acabarían nuestras soledades
en cuanto se fundiesen nuestras almas.
Sin separarnos, iban alejándose
nuestros cuerpos mientras permanecía
inmóvil el que habíamos formado
al cruzarnos, como un prodigio inerte
y ubicuo. Tronó el viento, se alzó el río
como un misterio; y cual si regresase
sin haberme marchado,
de repente me hallé ante ti ofreciéndote
la más lírica rosa. "Toma, es este
mi corazón; siempre estaré contigo".
Y tú estabas, en ese mismo instante,
dentro de mí, transustanciada en rosa.
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