Copland: Fanfarria para el hombre común
1.- Hartos de ser esclavizados, los ciudadanos crearon la democracia. Para ello nombraron a los representantes de su libertad; pero estos fueron progresivamente representándose solo a sí mismos y a sus partidos políticos. Como consecuencia, en lugar de que el tirano sea un solo individuo, el dictador resulta ser un conjunto de mandamases y déspotas disfrazados de defensores del pueblo.
2.- Tales mandamases, para seguir mandamaseando, procuran que la ciudadanía se rija por el pensamiento único, favorecedor de los poderosos y denigrador de la mayoría cotidiana. De manera que instituyen una educación cultural que conduzca al estudiante -y, por tanto, al hombre- al electroencefalograma plano. Así, las sucesivas fases de la enseñanza crean una cultura del analfabetismo y la frivolidad, puesto que se enseña a despreciar lo culturalmente enriquecedor para el presente y el futuro. Algunos de esos licenciados en analfabetismos (recuérdese que siempre existen las honrosas excepciones) se convierten en profesores. Y lo que enseñan es más analfabetismo: un cociente intelectual doctorado en asnalidad y jumentez. Muchos de estos doctorados pasan a formar parte de la industria de la politiquería y trepan trapecialmente por las escalinatas del poder. Ellos, en su amplia sapiencia, nombran ministros de incultura, concejales de lo mismo, enaltecedores de libros aromáticos, seudocuadros y ruidosidad... Y tales, y todos juntos, en su inteligentil sabiduría, organizan exposiciones, ferias librescas, mecenazgos prodigiósicos...
3.- Al final tenemos lo que nos merecemos por no haber intentado democratizar una guillotina indoloramente descerebradora.
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