Haendel: El herrero armonioso
Todos nuestros sufrimientos síquicos provienen de la distancia que establecemos entre lo que queremos ser -o conseguir- y lo que finalmente somos -o conseguimos-.
Digo "establecemos" porque, aunque heredamos genes y asimilamos conductas, poseemos un poder que pocas veces ejercitamos: la voluntad de mejorarnos y mejorar nuestro pequeño y gran mundo.
Error me parece despreciar nuestras circunstancias; pero peor es que nuestro yo se reduzca a ser el conjunto y conclusión de lo que nos circunda -incluidos padres, hijos y espíritus santos-.
¿Por qué sentirse dichoso o desdichado de lo que ocurre al margen de nuestra voluntad?
Un hombre -una mujer- es eso: lo que añade y quita de cuanto heredó y dejará como legado: lo que decide que permanezca después de que lo demás imponga su dictado.
Así que, desorteguianamente, prefiero poder decir
yo soy yo porque creo mis circunstancias.
Solo así podemos enorgullecernos -o culparnos- en este mundo de tantos soberbios y tan escasos inocentes.
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