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lunes, 12 de diciembre de 2016

Divorcios sin consumar

Debussy: El hijo pródigo



Libre es cada uno de ejercer su libertad libremente: menos cuando con ella hiere o impide la de los demás; sencillamente porque ser libre exige ser responsable y descartar la impunidad.
     Nada hay peor para la libertad que prohibir algo; por eso, aplicado ese principio a las relaciones de pareja, ocurre que: los emparejados deberían renunciar a su libertad de desemparejarse si han traído al mundo otro ser libre que aún no puede ejercer su libertad de opinar sobre tal desemparejamiento, ya que este lo arroja a la indefensión. O, mejor: esperar a que el hijo pueda también votar sobre esa decisión.
     En fin: deberían hacerse esta pregunta: ¿Somos más importantes que nuestros hijos, o sus derechos importan más que los nuestros? Tal vez concluyesen que somos libres como cónyuges -o sus homólogos- pero no como padres; y que no tener esto en cuenta nos convierte en libertinos.
     Ciertamente, no es fácil decidirse en medio de una sociedad que todos utilizamos según nuestros intereses. Pero ¿será mejor ese otro mundo en el que cada uno tendrá dos padres y dos madres, cuatro abuelos y cuatro abuelas (o cuantos padres, madres, abuelos, abuelas, hermanos y otros familiares resulten de multiplicarse por el número de divorcios y nuevos matrimonios?).
     (Con lo fácil que es convivir siempre que la convivencia de dos no se convierta en la dictadura de uno).