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viernes, 13 de mayo de 2016

En el aula de música.

La música es la única palabra 
que desmiente la inefabilidad.

Según estos dos versos, la música consigue hacer sentir -expresar- lo inexpresable y, por eso, es un lenguaje universal. No atiende al raciocinio: invade los sentidos y es percibida por el cuerpo humano como una pulsión más de su compleja maquinaria. La melodía nos abraza, el ritmo hace trotar el corazón.
Nuestro organismo responde a un ritmo musical, el feto se acuna con el pálpito del corazón materno, el cosmos orquesta la música de las esferas.
El compositor trata de apresar ese fulgor en pentagramas. 
Por ejemplo: oigamos la languidez lasciva del fauno de Debussy / Mallarmé soñando con el cuerpo lujurioso de la ninfa: la pasión se diluye en suavidad sonora:



Escuchemos, completo, el sueño erótico del fauno: cómo su satiriasis crece y se desvanece mientras la orquesta se disuelve entre delicuescencencias, inaprensibles antes de Wagner:


Similar melancolía, ahora desolación ante un amor perdido, hay en este Vals triste de Sibelius, en el que la música se agita entre el sístole y diástole de la despedida:



Por el contrario, el trémolo de la potencia en La Walquiria refleja la exaltación de la voluntad, y los chelos y contrabajos dicen que basta de elegías y arriba el ditirambo:



Poder, en fin, que se convierte en himno poderoso, orquestal y vocal, cuando las walkirias cargan sobre el mundo: