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domingo, 1 de mayo de 2016

Miguel Ruiz Martínez: Antología oriolana

Ketelbey: En el jardín de un monasterio

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ANTOLOGÍA ORIOLANA DE 1971 Y SU EDITOR

Antonio Gracia me dice, julio del 2015, a propósito del artículo '1862. Un escritor danés y una reina española de visita en Orihuela', publicado en 'La Verdad', que mi próximo libro se llamará 'Transitantes de Orihuela'. Suave ironía, más en la línea de Cervantes, que en la de Quevedo, con que me regala a veces y que yo le agradezco. Quizá tenga razón. A lo mejor he insistido demasiado en las visiones que tuvieron las gentes escritoras que transitaron por aquí, o que yo he obligado a pasar por aquí a su pesar. Su amable comentario me lleva a recapitular. Repaso. Cuento. Pues no, no hay tantos escritores transeúntes en la nómina de la serie. Sólo he sacado a seis que pasaron por aquí: Azorín, Miró, Washington Irving, Ciro Bayo, Emilia Pardo Bazán, Hans Christian Andersen.
De todas formas el propósito de 'Orihuela, literatura y patrimonio' es hacer patente el valor añadido que la literatura presta a los lugares que han sido retratados por los escritores, ya sean naturales o 'transitantes'. En el fondo lo que se intenta es fomentar el gusto por la lectura, por la literatura, que tantos beneficios individuales y sociales procura según creo.
Antonio Gracia es un escritor, extraordinario poeta, un amigo, al que conozco desde la niñez. Pongamos que desde 1953. Hace más de sesenta años. El comienzo de dicha conocencia fue en un colegio humilde, el Oratorio Festivo de San Miguel, Escuela Preparatoria del Seminario. En la clase de tercero, la de don José Gil. Un día llegaron por primera vez al aula dos alumnos nuevos. Se sentaron juntos, en uno de aquellos pupitres biplaza que parecían asientos de galeotes forzados, con su tablero inclinado, en el que se insertaban los tinteros cónicos, uno por barba, que eran abastecidos con tinta artesana de mano maestra. Uno de los chavalines era Antonio; el otro, un hermano suyo.
Mi memoria no percibe ningún resplandor en la cabeza del futuro poeta, ni la corona de laurel, ni que el chico mojase mucho en el tintero la pluma metálica insertada en el largo y colorado palillero de madera soñando versos. Mi recuerdo es interesado. A los pocos días de llegar, Antonio y su hermano llevaron una serie de pequeños juguetes de madera de pino barnizada, muñequitos, pitos, algún cubilete, con alguna propaganda impresa, caracteres capitales negros y algún dibujito en rojo, de alguna empresa de su padre. Al finalizar la jornada de la mañana, a la salida de clase, nos dieron a cada uno de los colegas dos o tres juguetillos, cosa que nos alegró mucho el día. ¡Qué felicidad! Unos trebejillos gratis en aquellos días de la Peña, lugar un tantico marginal que intentaba redimir, a su manera, don Antonio Roda, barrio en pendiente hacia la calle de la Feria que tan poco había cambiado desde los días de otro canónigo atento a los arrabales, el don Magín que vivió en Oleza. ¡Cómo sonaban de alegres los piticos a la salida de la escuela, por los abruptos escalones del barranco, por las empinadas torrenteras que bajaban hacia el llano!
Antonio Gracia pasó pronto a otro colegio, también de nombre santo, Santo Domingo, mucho más famoso que el anterior. Estando por sus aulas, descubriendo los lugares más altos del edificio y los más escondidos, que antes habían explorado con bastante aprovechamiento otros escritores como Miró y Hernández, le fue viniendo la afición desmesurada por la literatura. Pero basta ya de biohagiografía infantil de un escritor que, aunque nació en Bigastro, vivió algunos años en la capital del Bajo Segura, en Orihuela del Señor, ciudad que imprime carácter a sus naturales y a los que viven cierto tiempo en ella, como muy bien sabe don Antonio.
Repasando la biblioteca que he acumulado a lo largo de la vida, cuánto árboles talados y apalabrados con tinta negra, miro en la balda en que tengo bastantes libros del autor de 'Fragmentos de inmensidad'. Su penúltimo trabajo, que tendré que comprar si no me lo regala el escritor, es 'Lejos de toda furia'. Lo que sí he leído son las reseñas precisas y prontas que sobre el poemario han discurrido Luis Bagué Quílez y Francisco Javier Diez de Revenga.
Pero no quiero terminar hablando de las últimas obras de Antonio Gracia, que ya habrá tiempo. Acabaré reseñando una pequeña empresa editorial suya de cuando era joven. En realidad es una obrita que concitó a su alrededor, que gestionó el autor de 'Hijos de Homero'. Un librito, ochenta y nueve páginas, que coordinó durante 1970 y que vio la luz en 1971, en la Imprenta de G. Muelas, calle San José, Murcia, cuando la capital de Orihuela era todavía Murcia, y no como ahora. Recuerdo al escritor yendo, viniendo, conjugando, explicando, sobre un libro colectivo, a los posibles interesados. Una antología en la que saldrían nuestros versos. Señor, qué versos, por lo menos los de un servidor. Cada página valía tantas pesetas. La tirada iba a ser de tantos libros.
Cojo el librillo entre mis manos. Tapa rústica que fue de color blanco roto. Manchas leves como de tabaco rubio, expresión de la dignidad que da la edad a las cosas, si es que da alguna. Página tres. Prólogo denso, titulado 'Provocación a la juventud', en que se dice, entre otras cosas, que «seis jóvenes oriolanos -chicos y chicas en camaradería- se han comprometido en una hermosa aventura poética y han acrisolado su voluntad y su comunidad de bienes espirituales en este modesto volumen antológico». El prologuista renuncia a cualquier disección crítica de los poemas, cosa que se entiende, y señala que casi todos los antologados han sido alumnos suyos. Efectivamente, José Guillén García fue nuestro profesor de Lengua y Literatura Española, uno de los primeros docentes que en Orihuela nos habló abiertamente de Miguel Hernández desde lo alto de una alta tarima sonora, en aquellos tiempos tan difíciles para la cosa.
En la escueta portada de la obrita, letras en azul marino, dice: 'Antología Oriolana (Poemas). 1971'. Autores: Josefina Gil Lorente, J. A. Muñoz Grau, Olaya Sáez Navarro, Miguel Ruiz Martínez, Miguel Terrés Hernández, Antonio Gracia. Más adelante se dirá algo más, si llega el caso, sobre esta voluntarista antología y sus autores.
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