Visitas

Seguidores

lunes, 4 de noviembre de 2019

Pendientes de otros fallos.

Anderson: La máquina de escribir


Muchas circunstancias dañan a los buenos libros; pocas como los malos editores y los excesivos concursos literarios. Los malos editores porque quieren éxitos de ventas, no de calidades literarias; los concursos porque, salvo excepciones, suelen tener jurados incultos en las artes, o poco versados en ellas; además, porque exigen libros inéditos, con lo cual los autores se ven obligados a procrear incesantemente malos escritos para alcanzar algún premio en la incesante lotería que promueven. Así, entre la famamundia, la editoralancia y la escriturería simplemente se consigue malversar la escritura. 
     Con lo fácil que es premiar y editar aquello que es meritorio: aunque un libro fuese premiado en 20 concursos, serían 20 criterios de 20 jurados lo que garantizaría mínimamente la seriedad de un premio y la calidad del autor. No se escribiría para concursar y desaparecería una buena parte de la "literatura" que no debió ser jamás escrita o, al menos, publicada.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Momentos estelares

Adagio Marcello-Bach
CUADERNO DIGITAL DE CULTURA
Poemas de Antonio Gracia
Ocho pequeñas épicas

1
Hace un millón de años, tal vez dos.
Un animal inteligente observa
caer la lluvia como un río alzado;
y, aterido de nieve, ve incendiarse
los árboles desnudos, al fulgor
de una luz invencible. Queda absorto
ante el mágico fuego, que él enciende
con fatiga. Lo hechiza y desconcierta
la perpendicular agua del río
efímero, violento, como un látigo.
Instalado en la noche, le deslumbra
la majestad azul del firmamento,
y por el día el sol es una hoguera
que escapa de la noche misteriosa.
Se suceden la magia y el espanto;
y de repente todo lo descifra:
en algún sitio hay un gigante y debe
ganarse su amistad y protección.
Camina tierras, surca largos siglos,
caza bisontes, pinta sortilegios:
busca al gran hacedor de lo imposible
tras la montaña, el horizonte, el tiempo.
Y en la mente del hombre nace un Dios.
                            (El Taumaturgo)
2
Rávena, mil trescientos veintiuno.
Aviñón, mil trescientos veintisiete.
Sucedió en unos versos que lograron
pronunciar la verdad de la existencia,
pues solo existe lo que nombra el verbo.
Una niña pasaba por un puente
y una mujer fulgía en una iglesia
en el instante pleno en que los astros
necesitaban dos catasterismos
y conjuraban transfiguraciones.
La palabra lanzó sus dos efigies
a la inmortalidad desde la muerte.
Siempre el amor inventa su criatura,
rostro de nuestro espíritu sediento.
Crea la sed, así, su agua salvífica
y los amantes aman desde el sueño,
la maravilla y la sublimación.
Pero la carne viva se pregunta:
¿Quién puede competir con una amada
a quien la muerte ha convertido en diosa?
                            Laura, Beatriz, Oniria)
3
En un lugar del reino del espíritu.
Llueve tan mansamente que la lluvia
parece un lago frágil y apacible
en donde el corazón halla sosiego.
Una mano bisela el sílex, alza
piedras sobre otras piedras, melifica
su garganta, dibuja en las paredes.
Siluetas fantasmales iluminan
la noche innumerable y estrellada.
Alrededor de su quehacer de siglos
esplende un arcoíris, como un saurio
reptante por el alma y sus misterios.
Una voz armoniosa se convierte
en elocuente pluma, en pentagrama,
en pincel y en escoplo: en escritura,
madrigal, lienzo, templo, aldabonazo
en las puertas de la inmortalidad.
Y emerge el ara gris del Partenón,
la Capilla Sixtina, la Odisea,
el clavecín perfecto y temperado.
Catedrales, pirámides, babeles
se elevan hasta el cielo pretendiendo
otear los enigmas, descifrarlos
en pergaminos que lo aclaren todo.
La palabra es el rostro de los hombres.
Revelará algún día sus secretos
a quien viva por ella y para ella.
                            (Sobre la plenitud)

4
Eran siglos oscuros. Tenebrarios,
lamparillas y aceites alumbraban
los garabatos mágicos, pulidos
por manos despaciosas que tallaban
diamantes de papel, códices de oro,
talismanes para la eternidad
como un legado hacia un renacimiento.
Tal fervor amanuense forjó imprentas
y aquel tesoro enriqueció a millares
al mostrarles los mundos de este mundo.
Fue como si un gran sol amaneciese
y descubriese luz en las tinieblas.
Pasó un tiempo. En el año Mil quinientos
cuarenta y tres un hombre agonizaba
y en su lecho de muerte recibió
un título temido y exultante:
«De los cuerpos celestes y sus círculos».
Solo mil ejemplares se imprimieron,
y tardaron dos siglos en venderse.
Pero algunos abrieron otros ojos
que hubiesen retrasado el porvenir
de haber tenido que esperar un códice.
Tan solo el libro es subversión pacífica
y muestra que en un hombre hay muchos hombres.
                            (Gutenberg, Copérnico)
5
Hace unos veinte mil millones de años
se expandió el universo desde un núcleo
inconcebiblemente comprimido.
La explosión primigenia originó
una fuga de todo cuanto existe
hacia la inmensidad de un infinito.
Conforme se expandía aquella amniosis
se creaba un espacio ilimitado
y comenzaba un tiempo intemporal.
Nuestra mente no entiende qué había antes
del primer estallido, o dónde fue,
pues no acepta un origen sin origen.
¿Hay un espacio-tiempo sin principio?
¿Existen consecuencias sin sus causas?
¿Qué frente olvidará sus pensamientos?
¿Qué corazón no siente al comprender?
De semejante modo nace un niño:
sustanciando su insustancialidad.
Lanza un vagido y brota hacia la luz
desde un minimalismo inescrutable,
y sigilosamente va creciendo
hasta que siente cómo su materia
se corrompe, y se vuelven podredumbre
sus células, sus ojos, sus sentidos
y todo estalla en una muerte ignota.
―¿Va injerto el paraíso en esa amniosis
que jamás podrá ya recuperar?―.
Sin embargo, ¿quién niega lo admirable
de tanta incomprensión y sortilegio?
¿Y quién no escucha un himno que le canta
simplemente por ser hijo del cosmos?
                            (El enigma infrangible)
6
Frisaba el año mil seiscientos cinco.
Un hombre desolado descubría
que luchar por la gloria es alcanzarla.
Lo aprendió en una cárcel, desafiando
adversidades, túmulos, olvidos.
Y sufrió los destinos caprichosos
de piratas, aldonzas y rufianes.
Luego dio su experiencia a un triste hidalgo
y lo lanzó a vivir cuanto vivió:
afrontando derrotas como si
fuesen la redención de toda lucha
y la premisa para la victoria.
Dos hombres dialogando sobre un sueño
que debiera cumplirse y no se cumple
conquistaron con su fracaso el orbe.
Soñar con la justicia universal
como un sermón de la montaña humana
es plantar la bondad más fraternal
en el solar del corazón del hombre.
Asedios a la luz son las palabras.
Las páginas de un libro son el arma
pacífica, invencible, redentora.
Quien no sueña con mejorar el mundo
merece su desprecio.
                            (Cervantes)
7
Mil ochocientos veinticuatro. Un hombre
asediado por la melancolía
ha vencido el suicidio y se redime
construyendo pirámides de música.
Brilla en sus ojos, como un desafío,
la soledad inmensa del artista
ante la muchedumbre. Hay en su mente
una constelación de héroes y dioses,
de arte absoluto, redentor y nuevo.
Ausculta las estrellas y condensa
el universo en una partitura.
No puede oír el ruido de los hombres,
mas sí su corazón, y lo disuelve
en el más clamoroso pentagrama
que escucharán los siglos: el dolor
de un alma solitaria transfigura
la soledad en solidaridad,
exhuma la alegría primigenia
y convierte en un himno la elegía
del vivir cotidiano y metafísico.
Rueda el caudal sinfónico y la voz
anega el alma, la retuerce y triza.
Pocas veces la voluntad ha alzado
desde el infierno el arte hasta los cielos.
La catarata de agua melodiosa
fecunda la conciencia universal.
Y desde el pentagrama manuscrito
fluye incesante una cosmo-agonía
que se convierte en fraternalidad.
La música es la única palabra
que expresa lo inefable.
                            (Opus 125)
8
En un lugar del tiempo, en todo instante.
Antes de decidirte a abandonar
esta vida que odias o te duele,
cerciórate de que hay otra existencia
―o una nada― más digna a la que ir;
no sea que el lugar en el que surjas
aún te horrorice más que este que habitas.
                            (Sobre el suicidio)


Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto (1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de HomeroLa condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obraEnsayos literariosApuntes sobre el amorMiguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo La construcción del poema. Mantiene el blog Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.


2 COMMENTS ON “OCHO PEQUEÑAS ÉPICAS”
Lo más leído
Relacionado





miércoles, 30 de octubre de 2019

Vida extraterrestre.

Vida extraterrestre

Contra la creencia popular de que es improbable la vida extraterrestre, dice el Nobel Christian de Duve que la vida es una manifestación inevitable de la materia, y que las condiciones adecuadas para su aparición se dan un millón de veces en cada galaxia; lo que quiere decir que, solo en la nuestra, es probable que tengamos un millón de especies hermanastras. 
     La Tierra ha engendrado -a lo largo de los cuatro mil quinientos millones de años de su historia- 30.000 millones de especies de criaturas, entre las que se encuentra el homo sapiens, cuya edad apenas llega al 0’0001 de la terrestre. 
     ¿Cómo no admitir que lo mismo ha sucedido en otros lugares del universo y que existen otras inteligencias más sensatas? ¿Iremos en su búsqueda, como en una mala película ficticia, cuando aquí nos asfixiemos? ¿Encontraremos planetas también contaminados o repetiremos allí nuestros errores?
     Confieso que yo, que siempre he sido -tristemente- un escéptico, cada vez considero menos difícil aceptar la probable existencia de otros mundos y otras vidas: por lo inexplicable -o inexplicado- de algunas cosas del nuestro y por la íntima e irrefrenable pulsión de inmortalidad que nos caracteriza. Últimamente me esfuerzo en considerar que no todo tiende hacia lo peor -Ley de Murphy- sino a lo mejor: no es creíble que un Hacedor sea tan cruel como para insertarnos el instinto de inmortalidad o supervivencia y, simultáneamente, la conciencia de la mortalidad.


martes, 29 de octubre de 2019

Celos... Alrededor del amor: 6.


Dvorak: Otelo

7 - Celos, aun del aire, matan.- 
En ese itinerario torturoso, Galdós expone la desazón de los celos (ese “volcán en el pecho”) en “Fortunata y Jacinta”:
         Me ha contado Jacinta que una noche llegó a tal grado su irritación por causa de los celos, de la curiosidad no satisfecha y de la forzada reserva, que a punto estuvo de estallar y descubrirse, haciendo pedazos la máscara de la tranquilidad que ante sus suegros se ponía... Tenía un volcán en el pecho, y la alegría de los demás la mortificaba.
             Pero, sobre todo, es la tragedia de un colosal celoso, Otelo, la que ilustra la angustia del, dejémonos de líricas, cornúpeta -imaginario enfermo o paciente de adulterio-. La realidad física o material poco tiene que ver con la verdadera realidad, que es la síquica: y el celoso no escapa, sino que exacerba esa afirmación. Poco importa si ha sido “traicionado” en la cama o en su imaginación. Quizá la duda extrema más su reacción. Otelo encuentra en poder de su amigo Casio el pañuelo que regaló a su esposa, Desdémona:
    - Desdémona :  Nada temo, porque soy inocente.
    - Otelo :        Confiesa tu crimen, pues negarlo no destruirá la
                         firme convicción que me aqueja. ¡Vas a morir!
    - Desdémona :  La muerte propia da el que mata porque se le
                           ama. Nunca os he ofendido.
     - Otelo :         ¡He visto mi pañuelo en sus manos!
     - Desdémona : Lo habrá encontrado. Haced que venga y diga
                             la verdad.
     - Otelo :          Ya la ha confesado.
     - Desdémona : No puede afirmar que yo se lo di.
     - Otelo :         Ya no podrá : su boca está cerrada para siempre.
     - Desdémona : ¿Cómo? ¿Ha muerto?
     - Otelo :          ¡Calla, puta! ¿Le lloras ante mí? ¡Muere! ¡Ojalá
                            en este momento sedesatara un eclipse universal
                            que se tragara la tierra entre su caos!
   
             Lo terrible es que, si el amor transforma para bien a aquel que ama, los celos transforman para mal de quien los padece y de quienes le rodean, llegando a destruir a la persona amada, como ocurre en la obra de Shakespeare. Otelo ha subvertido el mundo y ya no existe en él más que su temor tomando realidad: nada destruirá la firme convicción que me aquejadice. Esa “firme convicción” es un silogismo falso que el celoso reconoce como tal, pero que, como cualquier enfermedad, “aqueja” de tal manera que incluso acaba con las pruebas que podrían disuadirle de su error: decide matar, para afirmar su identidad de vengador (de restablecedor de su honorabilidad), a quien ama y a quien sospecha que se la arrebató. Incluso si la inocencia fuera demostrable, el celoso no acabaría de creer en ella, porque no necesita ser engañado para sentir el dolor de su temor: una apariencia basta para desencadenar la inseguridad que estalla en su interior. Los celos no son una consecuencia -y menos una “prueba”- del amor: constituyen la identidad de algunos seres, su inestabilidad profunda y ansiosa del suicidio escondido. Y convierten en odio todo cuanto se amaba. Por eso quien antes era un “ángel” es ahora una “puta”, y la sorpresa y el horror ante la noticia de la muerte del amigo se interpreta como un llanto amoroso. La destrucción de lo que se ama no es más que una excusa para la autodestrucción:
    - Otelo: ¿Dónde puede ir ahora Otelo? ¡Oh mujer nacida bajo una mala estrella! ¡Cuando nos encontremos en el tribunal de Dios, el recuerdo de tu muerte bastará para precipitar mi alma fuera del cielo! ¡Demonios, arrojadme a latigazos, sumergidme en azufre! ¡Desdémona, Desdémona! ¡Te besé antes de matarte! No puedo sino hacer lo mismo para descansar: darme la muerte para morir con un beso!


lunes, 28 de octubre de 2019

Sicografía del creador.


Glazunov: Adagio


El creador hace del desierto de su vida el manantial de su obra. Eso lo aboca a una excitación y un dolor tanto más inevitable cuanto más imprescindible. El afán de todo artista es crear una ilusión -realizable- desde sus sueños y sus pesadillas.
     Hablamos de nuestros deseos para ocultarnos de nuestras carencias. Y un cuadro -un poema, una sinfonía: el arte- puede ser la retina de un hombre que ha visto el más allá de la existencia y la ha apresado para la Humanidad: para autoidentificarse identificando al Hombre.
     La única e inmensa diferencia entre un hombre cualquiera y el artista raigal es que aquel vegeta -dignamente, tal vez- mientras va muriendo, y este nace a otra vida mientras vive la suya como un desmesurado tempus fugit que no le basta como única existencia.
     Un “cualquier” hombre -o mujer- se observa a sí mismo cinco minutos al año. Un creador, veinticuatro años síquicos cada día, puesto que el tiempo mental no se mide con relojes. Por eso un creador sabe más del vivir y del arte que el biólogo o el crítico: porque su introspección e interpretación son más profundas que las de cincuenta "cualquieras", por muy respetables que sean. Y por eso pinta, escribe, compone para los artistas -en cuanto hombres sensibles a la vida individual y colectiva- que son y serán: y es que la verdad no está en quien la observa -ese la utiliza-, sino en quien la crea.