Metamorfosis (Tratado)
Cuando Berlioz sepulta bajo una frase de
su Sinfonía Fantástica a su amada,
le estaba dando vida en realidad.
Cuando Wagner construye su melodía infinita
y hace morir a Isolda,
consigue que el amor se inmortalice.
Y cuando Schumann oye
entre los pentagramas a los ángeles,
antes de echarse levemente al Rhin,
no buscaba suicidios, sino vida.
De igual modo tampoco
Mozart hablaba de la muerte en su Réquiem,
sino del júbilo de atravesar
la luz y ser la luz.
Kafka, como Virgilio y otros,
ordenó la destrucción de sus escritos para,
con esa astucia, asegurarse la supervivencia.
Incluso el desdichado Eróstratos
destruyó el recuerdo de una diosa
para ser recordado y vivir sobre el tiempo
ejecutor de la existencia.
No obstante, Brahms solía hacer fogatas
con sus partituras imperfectas
a fin de que solo sobreviviese
la excepcional imagen que trazaba de sí mismo.
Y Leonardo ocultó tras los espejos su escritura
para salvaguardar su nombre indemne.
Tanta es la fuerza con la
que el hombre ama su identidad
e intenta prolongarla.
Eso sintieron Gauguin y Mary Shelly
y cuantos con pincel, pluma, instrumento,
volcaron su ansiedad en sus anhelos.
Decidme ahora
qué puedo responderle a mis preguntas.
¿No hay más vida en la vida que esta vida?

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