Finalizando están Luis T. Bonmatí y A. L. Prieto de Paula su traducción de De Rerum Natura, ese extraño ensayo en verso de Lucrecio.
Aunque partiendo de algunas observaciones anteriores, Lucrecio llevó la ciencia deductiva al poema ensayístico sin más laboratorio que su inteligencia y amor por el conocimiento, construyendo desde el atomismo intelectual el precedente de la moderna física y destituyendo a los dioses como demiurgos del cosmos para ver más allá: un más acá racional, la fuerza de la razón.
¿Es la traducción la transcripción de una lengua a otra o la fidelidad consiste en mantener la belleza y verdad originales, el qué tantas veces traicionado por el cómo? He aquí una muestra de la calidad del quehacer de ambos traductores.
DE LA NATURALEZA DE LAS COSAS
TITO LUCECIO CARO
LIBRO V (vv 1379-1435)
EL DESCUBRIMIENTO DE LA MÚSICA
TITO LUCECIO CARO
LIBRO V (vv 1379-1435)
EL DESCUBRIMIENTO DE LA MÚSICA
Antes de que aprendieran a entonar
armoniosas canciones y poemas,
los hombres imitaban con su voz
los deliciosos trinos de las aves.
Y la brisa, silbando suavemente
al entrar por los huecos de las cañas,
enseñó a aquellos bastos aldeanos
a soplar los primeros caramillos.
Poco a poco aprendieron a tocar
con sus dedos la flauta, a cuyo son,
siempre que los pastores descansaban,
empezaron a oírse por los bosques,
las selvas, los desiertos y collados
sus quejas transformadas en canciones:
lentamente va el tiempo dando a luz
las diferentes artes, que después
acaba de afinar la inteligencia.
Con músicas y cantos los pastores
se divertían y se consolaban
de todas las durezas de la vida
cuando habían acabado de comer,
echados casi siempre en el colchón
blando del césped, cerca de un riachuelo
y a la sombra de algún árbol frondoso.
Sin hacer gasto alguno disfrutaban,
y más si el sol lucía y el buen tiempo
en primavera hacía verdear
la hierba salpicada por las flores.
Se desataba la conversación
entre juegos y risas agradables,
pues, al llegar la musa campesina,
la voluptuosidad se despertaba,
incitando a cubrirse con guirnaldas
entretejidas de hojas y capullos
la cabeza y los hombros, y a danzar
moviéndose sin orden ni concierto,
dando patadas a la madre tierra.
Y cuando procedían de este modo
novedoso y extraño, al reparar
en su torpeza y sus traspiés, soltaban
carcajadas y risas divertidas.
Y para entretenerse en su reposo
los que velaban entonaban cánticos
modulando la voz con varios tonos
o, con el labio superior fruncido,
recorrían la caña de la flauta.
Incluso hoy distraemos las veladas
como en la antigüedad, aunque ajustamos
las canciones a reglas musicales;
pero no disfrutamos más por ello
que los antepasados, pues nosotros
tenemos muy a mano ya las cosas,
las conocemos bien, y la costumbre
disminuye el disfrute, mientras que ellos
gustaban de algo nuevo, sin haber
probado anteriormente algo mejor.
Y puesto que lo nuevo hace perder
su valor a lo antiguo, no nos gustan
ahora las bellotas, ni dormimos
ya en camas de hojarasca sobre el suelo,
ni vestimos con pieles de animales
(aunque yo me imagino que el primero
que curtió y se cubrió con esas pieles
sería asesinado por la envidia
de alguien que le robó su vestimenta,
que, ensangrentada y rota en la disputa,
no pudo serle ya de utilidad).
Igual que antiguamente por las pieles,
hoy los hombres pasamos nuestras vidas
luchando por el oro y por los lujos.
Pero actualmente somos más culpables,
porque sin pieles se padece el frío,
lo que explica el afán de conseguirlas,
pero no tener lujos, buena ropa
ricamente bordada con su púrpura
y no disponer de oro no nos daña,
mientras podamos evitar el frío
vistiendo austeramente, como muchos.
Los hombres trabajamos siempre en vano
y gastamos el tiempo en naderías,
porque a nuestros deseos de poseer
no les ponemos límite e ignoramos
totalmente hacia dónde dirigirnos
en busca del auténtico deleite.
Y esto ha llevado demasiado lejos
a nuestra sociedad muy poco a poco,
provocando las grandes conmociones
de las guerras que todo lo destruyen.
armoniosas canciones y poemas,
los hombres imitaban con su voz
los deliciosos trinos de las aves.
Y la brisa, silbando suavemente
al entrar por los huecos de las cañas,
enseñó a aquellos bastos aldeanos
a soplar los primeros caramillos.
Poco a poco aprendieron a tocar
con sus dedos la flauta, a cuyo son,
siempre que los pastores descansaban,
empezaron a oírse por los bosques,
las selvas, los desiertos y collados
sus quejas transformadas en canciones:
lentamente va el tiempo dando a luz
las diferentes artes, que después
acaba de afinar la inteligencia.
Con músicas y cantos los pastores
se divertían y se consolaban
de todas las durezas de la vida
cuando habían acabado de comer,
echados casi siempre en el colchón
blando del césped, cerca de un riachuelo
y a la sombra de algún árbol frondoso.
Sin hacer gasto alguno disfrutaban,
y más si el sol lucía y el buen tiempo
en primavera hacía verdear
la hierba salpicada por las flores.
Se desataba la conversación
entre juegos y risas agradables,
pues, al llegar la musa campesina,
la voluptuosidad se despertaba,
incitando a cubrirse con guirnaldas
entretejidas de hojas y capullos
la cabeza y los hombros, y a danzar
moviéndose sin orden ni concierto,
dando patadas a la madre tierra.
Y cuando procedían de este modo
novedoso y extraño, al reparar
en su torpeza y sus traspiés, soltaban
carcajadas y risas divertidas.
Y para entretenerse en su reposo
los que velaban entonaban cánticos
modulando la voz con varios tonos
o, con el labio superior fruncido,
recorrían la caña de la flauta.
Incluso hoy distraemos las veladas
como en la antigüedad, aunque ajustamos
las canciones a reglas musicales;
pero no disfrutamos más por ello
que los antepasados, pues nosotros
tenemos muy a mano ya las cosas,
las conocemos bien, y la costumbre
disminuye el disfrute, mientras que ellos
gustaban de algo nuevo, sin haber
probado anteriormente algo mejor.
Y puesto que lo nuevo hace perder
su valor a lo antiguo, no nos gustan
ahora las bellotas, ni dormimos
ya en camas de hojarasca sobre el suelo,
ni vestimos con pieles de animales
(aunque yo me imagino que el primero
que curtió y se cubrió con esas pieles
sería asesinado por la envidia
de alguien que le robó su vestimenta,
que, ensangrentada y rota en la disputa,
no pudo serle ya de utilidad).
Igual que antiguamente por las pieles,
hoy los hombres pasamos nuestras vidas
luchando por el oro y por los lujos.
Pero actualmente somos más culpables,
porque sin pieles se padece el frío,
lo que explica el afán de conseguirlas,
pero no tener lujos, buena ropa
ricamente bordada con su púrpura
y no disponer de oro no nos daña,
mientras podamos evitar el frío
vistiendo austeramente, como muchos.
Los hombres trabajamos siempre en vano
y gastamos el tiempo en naderías,
porque a nuestros deseos de poseer
no les ponemos límite e ignoramos
totalmente hacia dónde dirigirnos
en busca del auténtico deleite.
Y esto ha llevado demasiado lejos
a nuestra sociedad muy poco a poco,
provocando las grandes conmociones
de las guerras que todo lo destruyen.
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