El manantial
Era mi corazón un largo sueño
persiguiendo una clara realidad
que encontró, finalmente, en ti su efigie.
El mundo triste se tornaba alegre
y la existencia era una sonrisa
esplendiendo los días y las noches.
Tus ojos me enseñaban a mirar
y sin tus ojos me quedaba ciego.
Todas las rosas se confabularon
y se trasnsfiguraron en estrellas
de mis días. El mar era un diamante
y tu abrazo la puerta del edén.
Entonces comprendí que eras, mi Amada,
el preludio y la predestinación
del himno en la elegía.
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