Ver original
ANTONIO GRACIA. EN NOMBRE DE LA LUZ
EDITORIAL HUERGA Y FIERRO. 2023
Por Francisco Mas-Magro y Magro
Me reencuentro con Antonio Gracia, como quien abre la ventana de la habitación donde la mañana penetra fresca, tras toda una noche de soñar naufragios. Se abre la ventana para encontrar el aire puro, tener la oportunidad de inspirar profundo y percibir el olor a vida, el olor a limpio. (Yo sé lo que escribo).
Las presencias de Gracia, dice Prieto, responden a dos periodos psíquicos de naturaleza desigual. El patetismo iconoclástico, de una primera y la aceptación resignada de la segunda.
Sin embargo, Gracia no cambia. Oniria persiste en su pensamiento trascendente. En un filosófico acontecer que es su cotidianeidad en la que se plantea el porqué de la vida, incluso, y esto es lo que más le preocupa, descifrar el porqué de la muerte.
Todo ello le lleva a un planteamiento metafísico, al análisis de las causas y los orígenes, aquello que Aristóteles llamara Filosofía Primera, y así, Antonio Gracia, en sus libros, sea este el primero o el ultimo (“En Nombre de la Luz”, de la colección Signos de la editorial Huerga y Fierro) plantea clásicamente los “tópicos” fundamentales de la existencia, los arquetipos de lo real, las categorías centrales de nuestra vida, las ideas trascendentales del mundo del hombre, las razones del ser y del no ser.
En este último, Gracia sigue siendo Oniria, con sus dudas, sus pensamientos penetrantes, quiero decir, que hieren, sin ninguna intención de hacer daño, simplemente buscando el desahogo de sus reflexiones, que cursan como pesadillas muy centradas en sus fobias y filias, en su personalidad íntima y aparentemente bunqueriana, que figura imposible de perforar. Mas al tocarlo, simplemente con la palabra, puede temblar como cualquier ser biológico cargado de sensibilidad y de amor.
El prólogo que Ángel Luis Prieto de Paula dedica a este último poemario de Gracia, está cargado de respeto. Y nadie como Prieto de Paula puede hablar de Antonio Gracia. Y en el prólogo lo analiza y disecciona con la maestría de un profesor.
Pero Antonio Gracia no es más que un hombre que cavila, que duda, que reclama respuestas. Se plantea la vida, la muerte, con el pensamiento libre de obstáculos.
Esta libertad, sí, es esta libertad de pensamiento la que mortifica a un hombre que busca, sin conseguir hallar. Porque el mundo en el que vive, solo le responde con nuevos enigmas. Duda de Dios y sin embargo, yo no he conocido, cierto que yo no soy un experto, a nadie que busque tanto a Dios. Duda de la vida, sin embargo su obra es una manifestación de la búsqueda de su propia vida. Duda del hombre y se aísla en su habitación interior, confortado con sus pensamientos, porque el hombre no le entrega las respuestas. Claro está, que ni se las entregará nunca. Porque la respuesta del hombre, él lo sabe, está allí donde reside su gran duda. Y regresamos.
En “En nombre de la luz”, Gracia vuelve a sus inicios. Como el pintor que revisa su última obra. Como ese artista que borra y repinta las escenas de su cuadro. Y comienza su andadura planteándose lo remoto, buscando…
Buscando la posibilidad de poder volver a comenzar, para de ese modo afianzar cada paso y asegurar el sentido de su vida (Maslow dixit).
Era un mundo feliz. El corazón
esparcía latidos por los bosques,
la montaña y el mar. Tal vez yo era
una esquirla de bruma
en busca de una forma entre los cuásares,
los átomos, la vida
Indefinible aún, en viaje
por los alrededores de la nada
hacia un todo infrangible y armonioso.
Antonio Gracia es un poeta romántico, preso del romanticismo, de la subjetividad, de la libertad concebida en su plenitud conceptual, de las pasiones, la religiosidad y el deseo de trascendencia.
“La vida es solo un viaje hacia la muerte,…” Todo puede ser una mentira, ¿incluso la propia muerte? Un clavileño espurio. Una falsedad que se manipula con las palabras. Con la fantasía, esa que invade las neuronas y nos hace soñar con dioses remotos que ocultos en la oscuridad obligan al poeta a luchar por la luz (¡qué más quisiera que obtenerla!), esa luz que ilumina los lóbulos parietales, capricho de la memoria, y el lóbulo frontal, aquel que nos obliga a detener nuestro impulso violento, en favor de unas premisas que la inteligencia ordena.
Y de la contradicción, surge el poema. Un poema que intentará calmar la sed de Oniria. Sed de justicia, de verdad, con su ansia de supervivencia, la que
“lucha constantemente contra
la conciencia de la mortalidad.”
Porque,
“La verdad solo existe si la pluma
es eco de la mente, si la boca
milenaria repite el sentimiento.”
Recorre de ese modo, su carácter de ser sobre la vida, como argonauta de la historia
“Siguiendo los senderos del tilo y la retama, …”
En la página treinta y seis, detiene Gracia su quebranto. Tal que pareciera que, cansado, se obliga a sellar su viaje ante un cuadro de mar batiendo sus olas bajo un cielo azul, cuando día y noche se reúnen en un dialogo de esposos, bajo la caricia de una brisa que transforma la vida en un amanecer claro y universal.
Hasta llegar a ese prado que aún no sé si ansía o simplemente imagina, como un espejismo, porque lo siente tal que playa sosegada, de mar dominado por la brisa de poniente.
Y allí la luz - Oniria también luz. Soledad y luz. ¿Engaño quizás?
…”la soledad fecunda.”
En este punto, parece que Gracia suspende su agitada huida. Un descanso que se ofrece a sí mismo, con la vista lanzada hacia el futuro. Pensamiento oscurecido por la propia intuición del poeta, que teme el final y lo observa meditando sus lúgubres pasos, pasos necesarios. La muerte no es más que un ángel ecológico que provoca en Oniria una inquietud intelectual e irremediable.
“Qué eternidad tan pesentida acaba
Siendo solo una brizna de ansiedad..”.
Una inquietud que transforma la dualidad de Oniria en un dolor eterno.
¿De qué dolor eterno yo soy el anagrama?
Porque la creencia en el hombre se ve ensombrecida por su creencia del hombre. Una desesperanza que le arrastra a la pesadumbre de un universo idílico solamente dibujado en su pensamiento. Y así la añoranza le arrastra al sueño.
“¿Dónde estarán las músicas de Orfeo,…?”
Es curioso, cómo un alma afligida, la del autor de este poemario, se rebela contra sí mismo y su canto se transforma, como si una bocanada de aire en el transcurso de su ahogamiento.
Porque aunque
“La tarde palidece entre los árboles…”
eleva su espíritu y el lector, sumido en la tristeza poética de Oniria, recibe el espaldarazo del frescor de la esperanza, fugaz, pero optimista en el contexto mismo del relato, que es su propia historia, no olvidemos.
Y el alma se sosiega y sus versos parecen transformarse y casi ansían acercarse a la mística de aquellos del siglo de oro:
“Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece.”
(Oda VIII. Fray Luis de León)
Así lo propone Gracia, cuando escribe estos versos:
“Y sin embargo, ¿no es mejor cantar
que sumar una lágrima tras otra
hasta ahogarnos en ellas en un verso?”
Y Oniria parece que se rompe -solamente en apariencia- lanza sus cartas al universo de la poesía y amenaza con cambiar.
Ya nunca escribiré más epitafios
en la triste corteza de los árboles”.
¿Vuelve en sí el poeta o se engaña nuevamente en esa pura necesidad de sentirse amado por el abrazo del destino?
Claro que se pierde en una afirmación que ¿nos sorprende? ¿Es posible que Oniria escriba tales versos?
¿Quién podría ser capaz de desentrañar el profundo sentir de esta alma enojada?
Un alma semejante.
Un alma capaz de leer al poeta como si fuera un hombre.
Por ello se puede llegar a entender su cansancio y que…
“Tal vez existan alas
Que vuelen a la luz.”
De suerte que se puede leer en la página cuarenta y tres, un fandanguillo que no rompe la estructura de la obra, más bien la explica, en la innecesaria obligación de justificarla.
“Puesto que me has amado un solo día,
Un solo día he vivido yo.”
Es Sísifo redivivo.
Y si continuamos la lectura, encontramos que en el camino se asoma la desesperanza, tropieza el desaliento con nuestros pies, que se arrastran en tramos de barro y de abatimiento. El verso canta y define su estado…
“Por las mañanas siento la tristeza
del mundo…”
Realmente se trata de un cierto miedo al espejismo de su fuerte alter ego que le sigue insistiendo en su forma y le tortura y le desconcierta. Es una duda permanente y un recelo difícil de esconder.
“…Me pregunto
qué ves cuando me miras…”
…
“…Quien es
ese yo que camina junto a ti…”
Y te…,y te…
Nada perdura en la vida. Ni en la historia más fastuosa ¿se puede justificar el presente? Se pregunta. Y en un rapto de lucidez delirante se cuestiona si la vida no es más que la presa de un furtivo cazador, la muerte.
Mas, a pesar de todo, alguna esperanza destella de estos versos. Una luz como relámpago que ilumina las telarañas y advierten al poeta,
“que el sol y las criaturas continúan
amando y siendo amados,
y que ese hermoso bucle
de la creación no lo quebrantaran
agónicos lamentos y tristezas.”
Fugaz resurrección anímica que regresa al cabo al redil de la tristeza, porque,
“Hay golpes en la vida
tan fuertes, yo no sé.”
El dolor de Cesar Vallejo, adoptado por Oniria y la poesía se eleva como un grito de auxilio del poeta arrinconado en sus miedos y desolaciones.
En sí mismo, el amor persiste en el fondo de todos los versos, apagando su ansia hímnica a trazos de amaneceres y ocasos que conforman su propia existencia.
“Y a pesar de las gárgolas y olvidos
sigue la luz brotando en nuestros ojos”.
El amor triunfa, ya digo, vencedor de la propia muerte. Como el beso dulce cuyo recuerdo perdura en la memoria, a pesar de los años transcurridos.
El amor como protagonista que surge como un torrente y se deja caer en versos, tal que una cascada, enmarañando la pesadumbre del trasfondo de las vidas que se cambian en
“…inmenso oasis
del balsámico gozo en el que vivo.”
Mas, ¡cuidado! Porque…
“El Dios vence al Diablo y es el hombre
quien sufre la derrota de la vida.”
Y Oniria, consciente de su sueño, grita:
“¿Qué sería de mi
si no hubieras llegado hasta mi vida?”
¡Si no existieras! Le grita al amor.
Y la trascendencia de su lirismo caminando a través de las palabras, empapando las páginas de sueños; investigando pasados y futuros; sintiendo que el universo es una patria.
“Una gaviota traza su arabesco
En la tarde…”
Y,
“…este crepúsculo
que parece nacido de tu sangre
y de tu piel, bruñida entre topacios”.
Brota nuevamente la esperanza, sobre este mar de fondo, de vientos de poniente; el que tiembla y rehíla mil estrellas frente a la oscuridad de lo desconocido, o del espíritu que no cesa de reflexionar su existencia hasta confesarse fundido en el origen de todo,
“…yo soy tú, consecuencia de tu causa…”
Adquiriendo la cuota de divinidad correspondiente, persiguiendo la luz sin descanso,
“…porque
quien persigue la luz halla la luz”.
Mas no estamos frente al hombre, estamos frente al poeta, estamos frente a un espíritu atrapado por la duda, prisionero de sus dudas, más aún que Altazor en su máximo delirio.
Gracia es poeta de poetas y su verso se eleva por encima de los versos que, desde su pesadumbre, brotan a modo de asidero que constituye una esperanza.
“Y un buen día, tras el dolor de amar
lo que ya se perdió, y sobreponerse
a acechanzas y errores
ver nuestra identidad que se reencarna
en el hijo que vuelve y que es mejor
que nuestro propio yo
y el sueño que soñamos para él”.
Y, aquí, el lector se obliga a detenerse, para percibir la altura del poema. Sin olvidar la senda del poeta que regresa al camino de su noche, laberinto en el que la luz vuelve a su reducto.
Y si el laberinto es el oscuro enigma que todo lo cubre, el amor cubre, éste que escribe, se enreda en la telaraña de los versos, cuando redacta este comentario bajo el llanto incoherente de una mente vacía, acatísia que se ama a pesar de que duele y hastía y entorpece la capacidad de pensar.
¡Ay, mi Rosita! Otro poema en el cuadro de mis versos. ¿Cómo no entender los de Gracia, inmerso, de otro modo en estas lunas?
“Ha crecido el amor porque miramos dentro
del laberinto, allá donde tú y yo
somos más que un fulgor que no podrá
apagar ningún fin”.
También me llega el canto de mis dos periquitos que saben de la luz y la reclaman y agradecen con sus trinos chirriantes.
Y así, con el libro de Oniria entre las manos, se teje un encaje de bolillos, que lo forman los versos, los llantos, los gorjeos y la soledad que es, en esta hora, la pura verdad de mi existencia.
“En mi ser (también) se resume cuanto existe.
Mi identidad es la de nadie y todos.”
Y la nostalgia aparece como coincidencia, hasta que nos vemos reflejados en otros versos.
Sinfonía para un hombre solo.
En un espejo.
Hoy escribo sobre Gracia
lo que pudiera escribir de mi jornada.
Verso a verso:
Soledades,
esperanzas,
llamas de amor ataviadas
de poema
y la luz que se busca como excusa.
(Mas-Magro)
El autorreconocimiento es el colofón de la obra y Oniria se transforma en Luz, una luz doliente, y en ansiedades.
La búsqueda de Antonio Gracia rubrica el final.
Ver
No hay comentarios:
Publicar un comentario