Bajo el claro sombrero, su cabeza
irradia soledad, melancolía
y templanza encontrada en la alegría
de afrontar la existencia con nobleza.
Sentada junto al mar, la brisa empieza
a bruñirle la piel, y el muslo ansía
mostrar la suavidad de su armonía
y erguir sobre la arena su belleza.
El gesto oculto, esquivo y transparente,
y los ojos errando en la lectura,
parecen aguardar un largo beso.
La sirena o mujer firme y sedente
me enamora con su álgida figura
y de su esfíngea efigie quedo preso.
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