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miércoles, 25 de mayo de 2022

Argonautas del tiempo






El Cuaderno

Argonautas del tiempo (Diáspora galáctica)


El Cuaderno

May 23

«Era un mundo feliz. El corazón/ esparcía latidos por los bosques,/ la montaña y el mar. Tal vez yo era/ una esquirla de bruma/ en busca de una forma entre los cuásares, [...]». Un poema cósmico de Antonio Gracia.

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I


Era un mundo feliz. El corazón
esparcía latidos por los bosques,
la montaña y el mar. Tal vez yo era
una esquirla de bruma
en busca de una forma entre los cuásares,
los átomos, la vida
indefinible aún, en viaje
por los alrededores de la nada
hacia un todo infrangible y armonioso.
Arcángeles de fuego y materias de espíritu
se esforzaban en cónclaves y luchas
por ser identidades,
oscuridad y luz,
nombres con que investir sus contingencias
de errátiles abismos asomando
su equilibrio en el caos.
Sobre la catedral de las estrellas
altos castillos de sustancia errante
enardecían el vacío pleno,
o tal vez desolado, de la fugacidad:
la gran fuga galáctica hacia el ántropos.
Se fraguaba el futuro
desde una eternidad aún no nacida,
y las divinidades me decían
que yo era el dios de las divinidades.
La infancia siempre sueña sortilegios.
Érase en el neolítico del cosmos.

II

Surgió el tiempo, de súbito,
como un breve latido de la mente:
el tiempo no tenía futuro ni pasado,
era tan solamente un dardo sucesivo,
un presente infinito e inconstante.
Arterias y galaxias se afanaron
en tejer las incoercibilidades,
las estrategias de
la intangibilidad,
y aparecieron aires, tierras, aguas,
fuegos
cantando como luego cantarían
apresados en una partitura
del dios Bach. Qué belleza
el edén pitagórico, la música
del torrente de la concienciación,
mucho antes de que el niño despertara
y la Naturaleza renunciase
a la inocencia del origen. Las
liturgias siderales del alma desmemorian
el paraíso que la carne urdió
disfrazada de espíritu. Hace acaso
dieciséis mil millones de años:
Rememora
la osamenta su pálido sosiego
desgajado entre nieblas
y cuajado en cavernas: un bigbán,
por ejemplo, bruñido con copérnicos
y lentes galileicas,
megalito estelar atravesando
innúmeros espacios de tinieblas
hasta liliar penumbras
y avizorar en un instante críptico
la mulier sapiens semejante
a una magia galáctica:
cómo la inteligencia entró en el cráneo
hace dos mil millones, luego
de transfiguraciones darwinianas:
y ahí estás de repente, huesos donde
yo besaba tus labios, que ahora beso
transformada en turgencia y erotismo,
cromañónica y cierta;
y al abrazarte como un monstruo a otro
atravieso en mi abrazo
tu pecho con mi daga, el esternón
fosilizado que el ahora encuentra
después de tanta búsqueda del quién
soy, eres, somos y hacia dónde vamos
en esta sinantrópica odisea
de regurgitación de nuestra muerte.

III

Pasan los palimpsestos de la Historia,
los milenios y mástiles del orbe
como aerolitos músicos y adánicos
arcillando una Eva.
Vuelvo a besar el hueco de tu boca,
flamígera de estrellas y unicornios,
y la simiesca efigie del universo infante
aroma, podredumbre planetaria,
la simetría de mi prognatismo
indómito y voraz hacia la estigia
desde la que brillar incandescente
como un reto a la luz.
Todo fluye desde la heterodoxia
del rayo y de la pluma
que esboza sobre el viento sus fieros olifantes,
o una erecta obsidiana,
y escribe su epitafio y nacimiento
teniendo por divisa ser centrífuga
de toda circunstancia
y centrípeta exacta de la esencia.
Así nacen los héroes
y el lírico genoma de los astros
y el arte, la materna certidumbre
que rige la entelequia semejante a un fragor
de musas y diademas,
la égida implorable.
Qué dulce algarabía y proserpina
bacanal la palabra cuando nazca:
engendrará un Homero o un Arión,
tal vez un fiero Aldebarán
gimiendo mares, cataratas lúbricas,
innumerable llanto interminable,
oh la más de las tristes, Melibea,
no es tiempo de yo vivir.
Y la devoración de tus mandíbulas
de hueso y pedernal:
se hendirán en mi boca y yo sabré
de qué color es la nostalgia, el álgebra
del coito entre tus fémures, limítrofes
de las constelaciones y la nada,
el vacío inguinal del ansia ignota,
la parva parusía.

IV

La ignición nuclear del corazón
perpetra sinrazones, sortilegios
y volcanes de esperma luminosa,
láctea vía donde espermatozoides
del místico universo
idolatran la fecundización
de naves que navegan firmamentos
como astros argonautas
perseguidos por cíclopes estrábicos
descubriendo los glóbulos del alma,
los cometas aurigas sobre el fuego,
el primigenio sístole,
los hematíes cánticos
como un himno a la lumbre
en el bramar del pedernal y el sílice.
Érase en el neolítico del cosmos
y Dios erraba impenitente
-un réquiem catafalco de los líquenes-
por todos los fragmentos siderales,
mendigando perdones
y eternas penitencias
por haber fracasado en su creación,
lástima grande
que no fuese verdad tanta leyenda.

V

La vida es solo un viaje hacia la muerte,
un clavileño espurio convertido en babieca.
Las estrellas son islas lacustres en el cielo.
En la ciénaga añil del firmamento
los epitafios de la eternidad
escriben con el sílex de un abismo
sus presagios y arúspices,
y el rayo hilvana formas de vivir:
los astros cinegéticos de lumbres
rutilan en las páginas del tiempo
su mapa esplendoroso:
aquí estaban tus ojos, aquí estaban
tus pechos, asteroides encendidos,
reclamando mi fiera dentellada:
sátrapa y nocturnal,
la babel iniciática del verbo
otea evoluciones:
nunca te escucharé decir mi nombre
porque habré muerto o tú no habrás nacido,
maldita diosa que mujer no fuiste.
Pero el momificado labio, herrumbre
de lo que fue belleza sideral
y vagido del alma sexuada,
ya solo bisbisea cuando el viento del átomo
atraviesa los pómulos, los arcos
ciliares en el fálico esqueleto
o la podredumbrosa carne muerta.
La brisa que taladra el arrecife
de tu desportillada dentadura
-como ruinas de alguna barbacana
indefensa y procaz-,
cuando los esplendores del ocaso y el alba
fingen que su vagido es estertor
y toda consecuencia es una causa
que se convierte en otra consecuencia.
Gilgamés, Prometeo persiguiendo
la arqueología de la inteligencia
invaden el tejido neuronal y siembran
ejércitos de escualos y sirenas
buscadores del álgebra perfecta.
Qué fácil es cantar, pulir el verbo
para que la utopía halle su cauce
de hipérbole y euforia. Las palabras
muestran el ansia, exhortan a un milagro.
Es fácil invocar a un dios remoto
y esperar que se cumpla lo improbable,
más de esperanza que de hierro armado,
como un dreyer hirsuto.
Yo no canto a la luz, sino a la lucha
por conquistarla desde las tinieblas.
Quién pudiera esperar el holocausto
de una conflagración firmamental
nacida bajo el cráneo mientras la mente teje
zigurat y mastabas, altamiras, menhires
y tendones de vidrio suturando el vacío
hasta llegar hace doscientos mil
años a iluminar la noche del cerebro.
La inteligencia crea la herramienta
y esta hace inteligente a quien la crea.
Pues la memoria es solo
el gen de lo que asciende del abismo a la cima.
Y somos cazadores de prodigios,
recolectores de algas y luceros.
Érase en un neolítico cerval.
Pero, al fin, de los astros se desgaja
la fantasmagoría del aullido
y el poema se imprime sobre piedra
y sobre manuscritos con el único tema
de la lírica fúnebre.
El beso de tu muerte al abrazarte
en el osario de la eternidad
muestra el dolor del sapiens
y la conjuración del universo.
Si apuñalas la luz
solo quedan escualos lujuriando sirenas
y un vendaval de criptas.
Entonces surge la monstruosidad
de querer comprender lo inaceptable:
gorgonas, y medusas, escilas y caribdis,
hidras y polifemos, minotauros
hijos de sicalipsis, deserciones
de la razón buscando una respuesta
que calme a Oniria aunque sea un instante.
¿Quién no ha sentido que es injusto un mundo
en el que el ansia de supervivencia
lucha constantemente contra
la conciencia de la mortalidad?


Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto (1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de HomeroLa condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obraEnsayos literariosApuntes sobre el amorMiguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo La construcción del poema. Mantiene el blog Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.

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