Si todos fuéramos sanamente egoístas, nuestro egotismo no sería ególatra. Nos preocuparía nuestro bienestar no a costa del malestar del otro, sino también como reverberación del bienestar del yo ajeno. Nadie se sacrificaría por nadie ni se aprovecharía de nadie. Todos seríamos un nutriente de nosotros mismos y de los demás.
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