Confiamos en el progreso esperando que nos ayude a entender el sentido de la vida. Pero el progreso está lleno de tecnologías y vacío de filosofías. Hoy, siglo XXI, convivimos gentes ancladas en el siglo XX, XIX... y otras que futurizan utopías y distopías.
No sé si el progreso es definitivamente bueno; sé que nos frivoliza cada día, castra el pensamiento y empobrece el ansia de trascendencia. Hemos sustituido los dioses por las ciencias; como tal no es mala esa metamorfosis. Pero la ciencia, hasta hoy, es tecnología. Las ciencias -sobre todo las exactas- son cada vez más inexactas con respecto al hombre: nos descubren el cómo, no el quién ni el porqué -el quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos-. Nos hacen conformarnos con el sinsentido de la existencia. Y, a cambio, nos acostumbran a desinteligenciarnos y a considerar que el entontecimiento es un paraíso.
El progreso es un descenso a la frivolidad.
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