La realidad del hombre cavernícola no era el bisonte que cazaba y del que se alimentaba, sino el que pintaba -el que se apropiaba al pintarlo- en sus cuevas: esa confiada conciencia de que podía saciar su hambre y anhelos, transformada en pintura sobre la roca, le hacía sentirse vivo y lo convertía en dueño del bisonte, el futuro y la Naturaleza: de este modo -igual que quien traslada lo que siente y piensa a la palabra, a la estatua, la música, o el supermercado-, él era el sujeto de la Historia, no su objeto, que es a lo que ha sido reducido hoy por los partidos políticos, los cuales le dan mucho circo, pero poco pan.
"¿Y teniendo yo más alma / tengo menos libertad?", dice el presente.
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