La gaviota
No sé si agonizaba porque acabó su tiempo
o si un ave rapaz la derribó.
Allí yacía, en medio de mi crepuscular
paseo cotidiano, sobre una roca oscura
como la muerte -dicen-, junto al batiente océano.
Su plumaje aún brillaba debajo del ocaso
y sus ojos miraban el horizonte, fijos,
guardándolo como última memoria
de lo que fue su vida.
Triste gaviota, hermosa como el hombre
derribado en el vuelo hacia sus sueños.
Cuántas cosas giraron en mi mente
ante aquel breve estruendo de muerte cotidiana.
Recordé el primer día en el que te llevé
unas ramas de acebo hasta tu tumba
y vi tu corazón salir de entre la tierra
y alzarse hasta mi pecho
devanando preguntas, igual que la gaviota.
"¿Quién soy? ¿Por qué
no estás conmigo? ¿Por qué muero?
no estás conmigo? ¿Por qué muero?
¿Qué importa en esta vida sino amar la existencia
sin temor a la muerte, abrazarnos al árbol,
a la luz,
a todas las criaturas que iluminan el mundo?
¿Acaso lo demás no pertenece
a la noche, y acaso no es de ciegos
hurgar entre las sombras?"
Y es verdad: es la vida lo que importa;
pero en mi corazón sigues muriendo.
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