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lunes, 17 de julio de 2017

Una autobiografía cervantina


R. Strauss: Don Quijote

Muchos lectores de Cervantes se han preguntado cómo es posible la diferente excelsitud que existe entre El Quijote y el resto de las obras cervantinas. 
     Para mí la respuesta es muy sencilla: Cervantes, como la mayoría de los escritores, quiso ser un literato afamado: y trató de conseguirlo en su poesía, teatro y novelística anterior y posterior a la historia del hidalgo. Tanto las Novelas ejemplares como el Persiles son obras de gran mérito. Pero no fue hasta que llevaba una cincuentena de páginas de Don Quijote cuando se dio cuenta de que no estaba escribiendo literatura, sino su vida síquica: la de don Alonso el Bueno. Y ese trasvase autobiográfico fue el que convirtió su pluma en trascendente: el himno utópico ficticio en elegía distópica realista. (El vano intento literaturizador de Avellaneda lo demuestra). Y es que pocas cosas hay tan próximas a los otros como el propio yo esencial.
     Además, tomó la inteligente y terapéutica medida de burlarse de sus propios sueños sabiéndolos imposibles, haciendo así que el soñador Don Quijote, cada vez que hace reír, sea a la vez noble emblema y trágica caricatura de todo ser con conciencia solidaria.