Shostakovich: Sinfonía nº 7
Salió a buscar cualquier libro que le dijese algo que aún no conociera. Hay tantas cosas que desconocemos. No pensaba en erudiciones científicas o artísticas, sino en esas pequeñas o grandes cuestiones que, al comprenderlas, nos ayudan a aceptar la vida, el sinsentido de existir.
Desde un balcón de mármoles y flores lo miraba un mirón enriquecido, mientras en la otra parte de la calle sollozaba un mendigo esperando una dádiva.
¿Está la vida en los libros o es esta inapresable en un cuadro, una música, un poema?
Camino de la librería oyó los aullidos de una procesión de ciudadanos exigiendo derechos, con voces menos moduladas y más estentóreas que las que teje una pluma sobre un libro.
Allí, en medio de la manifestación, había sangre latiendo y carne de vida, y aquel río en desorden era manantial de existencia, ruido de muchas hambres, sed de evitar sufrimiento cotidiano, no solamente abstracto o metafísico.
¿Qué hacer? ¿Pertenecía él al rango de los contemplativos desde su íntima azotea, al de los mendicantes de respuestas o al de los que se convierten en preguntas y respuestas vivas? ¿Seguiría su camino rumiando las palabras que buscaban transformarse en un poema apresador de existencia?
Entró en la muchedumbre y anudó su mano a las que se aferraban a una de las pancartas de estruendosa caligrafía.