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martes, 16 de septiembre de 2014

La simpasión


Puesto que todo en nuestros genes tiende a la consecución del placer y a la negación del dolor, el más sabio es el que utiliza su sabiduría para conseguir el sosiego, el equilibrio entre el malestar y el bienestar, la armonía, la dicha: la felicidad.
Y como lo que más conturba al ser humano es la insatisfacción de su sensualidad, los mayores enemigos del hombre -y la mujer- son aquellos que castran la compulsión del erotismo.
Satisfecha la carne, el espíritu es libre; constreñida, confuso.
Bien lo muestra el poema:

La simpasión

Como si dos desconocidos
tristes y solitarios se encontraran
en mitad de la noche y decidiesen
mutuamente ayudarse
a seguir el camino,
nos entregamos a la paz del alma
tras la cópula loca.
Con qué clarividencia vimos luego
todo cuanto antes era un laberinto.

(J. Cantero: Poemas amorosos)


El autor, desairando la estrategia lírica, afirma una verdad natural pocas veces aceptada por la sociedad, siempre represora de la carnalidad. El tono sentencioso y lejos de retóricas apenas atiende a la exposición, no a las moralidades: que hay que matar la lujuria con la práctica del sexo; y que tal acción es un deber solidario. Saciar la lascivia porque su represión es la causa del malestar íntimo y, por tanto, de todos. Saciarla como un acto de buenamor por los semejantes. Cómo se haga es cosa de cada uno -de cada dos-. No se trata de "amor libre", o libertinaje, sino de hedonismo ataráxico liberador de cualquier turbación que impida "ver".